El primero

Comía con hambre canina. Yo lo miraba sin pestañear, no sólo por la celeridad de su forma de comer sino por el largo tiempo que lo estuvo haciendo; masticaba sin parar, eventualmente lo hacía para tomar largos tragos de agua. Por extraño que pareciera, no hacía el clásico ruido que se hace al comer de esa manera. Cuando por fin se detuvo, dejó los cubiertos lentamente a cada lado del plato y me miró, sonriendo.

-Perdone mis modales -me dijo- el hambre lo convierte a uno en un animal.

-No se disculpe, lo entiendo -mentí. 

Debo decir rápidamente que me cuesta mucho dominar mis impulsos, pero siempre los dominé, con la urgente fantasía de dejarme llevar por ellos, de ver a dónde me llevan, ser primitivo, irracional… pero freno, no sé si es miedo de hacer lo que siento, de ser yo mismo haciendo lo que nace genuinamente dentro de mí, o el miedo a la locura. 

Lo encontré en la calle pidiendo monedas para poder comer y lo decidí en el momento, me molestó que se mostrara receloso cuando le dije de comer en mi casa, pero aceptó rápidamente y se mostró muy desvergonzado en el camino que hicimos a mi hogar. Después de la copiosa comida, sin mediar palabra se dirigió al baño, cosa que me molestó. Y mientras yo no dejaba de mirarlo, se empezó a afeitar como si fuera lo cotidiano en ese lugar para él. Cuando terminó, pasó su mano inquisitivamente por su cara y quedó conforme, hasta le dedicó una estúpida sonrisita al espejo, mostrando sus podridos dientes. Mi diabólica paciencia me hacia disfrutar odiarlo. Sabía que iba a pasar en cualquier momento, mientras él deambulaba por mi casa con el paso un poco rígido de las personas de gran altura; su pelo ni se movía de la mugre; vi sus uñas y me lo imaginé rascando carbón. Debo decir que sin barba parecía mucho más joven del linyera que encontré en la calle. También debo decir rápidamente que me gusta la bebida, tal vez deba decir el whisky, ahora que lo digo, que lo escribo, no sé bien cuando empecé a tomarlo a toda hora. Sé, sin dudas, que al principio era solo de noche pero después no sé qué pasó y me acostumbré a estar con mi vaso siempre en la mano. Eso sí, siempre en mi casa, no salgo nunca o casi nunca; no me gusta ver gente, me molesta ver cómo usan patológicamente sus celulares; verlos manejar tan prepotentes; ver cómo compran todo lo que pueden. Enajenados todos, así los veo… pero volviendo a la bebida, es verdad que tengo temblores sólo de mañana y pasan rápido, con ayuda de un trago más. Es sólo un vicio o un compañero, me ayuda a pensar y me da ánimo para dejarme llevar. También debo decir, más tranquilo ahora que todo pasó, que no bebo desde hace dos días, pero el día que pasó estuve en todo momento con mis hielos chocándose, nadando, jugando, bailando en el agua de la vida. Ya dije que me da ánimo, me hace disfrutar más si estoy disfrutando; no sé por qué tardó tanto en hacer efecto, pero sé que él estuvo tirado en mi sillón negro mirando televisión y, cosa que también me molestó mucho, haciendo un rabioso zapping mientras me ignoraba. Yo, que decidí su futuro, yo que sabía su final, que fui dueño de su vida. Estaba muy excitado y no puedo decir bien qué sentí cuando quiso pararse y se desplomó, dando pequeños movimientos en mi alfombra roja. Ya lo dije y me gusta dejarlo escrito, hace dos días que no bebo, hace dos días que no sé qué hacer. 

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