Sentía un placer desmedido con sólo quedarse bajo el agua ca-
liente y tardar más que el tiempo que siempre tardaba en bañarse. La noche afuera era helada y el baño estaba para no salir nunca. Sabía que no iba a llegar a preparar algo para comer, que el sueño lo obli-
garía a ir a la cama y no hizo ningún esfuerzo en ir a la cocina. Se acostó boca arriba mirando los dibujos caprichosos que su mente dibujaba en el cielorraso: una clara abeja con una espada en la mano, la cabeza de un león, la nariz caricaturesca de una bruja, y muchos más que su mente tenia ganas de imaginar en esas manchas oscuras de la madera. No se asustó cuando las imágenes empezaron a mo-
verse, pero tampoco les prestó atención; reaccionó como si eso fuera lo más natural del mundo, no le importó que la abeja clavara su espada en la cara del león, ni que la nariz de la bruja dejara de ser solo una parte, para dejar paso a toda la caricatura de la bruja. Se puso de costado, indiferente a los personajes de su techo. El sueño no llegaba como él había pensado, estaba inesperadamente inquieto y sin pensarlo se levantó decidido a comer algo. Comió lo que encontró en la heladera (ni pensó en prepararse algo): una porción de tarta y un vaso de soda; era lo que más quería y lo único que tenia. Comió lentamente, cuando terminó dejó todo como estaba y se fue a acos-tar. Boca arriba encontró a sus personajes como siempre, es decir: la abeja con su espada limpia de sangre, la cabeza del león intacta y la nariz de la bruja ajena de todo cuerpo. Antes de que se empezaran a mover, se puso boca abajo, y tratando de no pensar en nada intentó dormir. Dándole la espalda al absurdo. Pero un zumbido lo molestaba; probó distintas posiciones en la cama y el zumbido seguía. Boca arriba nuevamente descubrió no sin algo de asombro que el dibujo de la abeja no estaba, que la madera en esa parte estaba sin mancha alguna. Apretándose los oídos con las manos y sacudiendo la cabeza frenéticamente, como queriendo despedirse de esa manera del zumbido, se sentó en la cama. Tan de repente como había aparecido se fue y quedó libre del molesto ruido, dispuesto ahora sí a dormir dejó la habitación totalmente a oscuras y en el más absoluto silencio. Una risa apenas audible tomó el lugar dejado por el zumbido. Sentado en la cama con un fastidio tan creciente como el sonido de la risa, se dirigió a la cocina; a cada paso que daba la burlona risa le molestaba más, creyó que provenía del mueble antiguo donde guardaba los platos. Abrió rápidamente sus puertas pensando descubrir algo.