-¿Qué decir del viento? -pregunta Lucio.
-Bueno… que junto al poco gas de mi encendedor hace más pesado el simple hecho de prender mi cigarrillo -contesta Juan, mirando por la ventana.
-¿Y qué me puede decir del mar? -continua Lucio con la encuesta.
-Que junto con la otra pregunta, son de un lugar común que dan asco -contesta Juan, mirándolo a la cara.
-Bueno, sacame de ese terrible lugar con algo -pide Lucio.
-Bueno, un puño apretado no sabe decir adiós -dice Juan, conciente de la ambigüedad.
Lucio creee entender y duda en preguntar. Juan lo mira desafiando primero y con indulgencia después.
-Son meros disparadores -dice Lucio, acomodando la yerba del mate con la bombilla.
-Y yo disparo, con el alcance que me da su escopeta metafórica -dice Juan, estirando el brazo para apurarlo con el mate.
Lucio le alcanza el mate y piensa en algún estimulo más fuerte.
-¿Y si su médico le dio malas noticias?
-No, sigue el lugar común. Corra de ese lugar, el disparador tiene que ser todo, piense en eso más que en el relato: no es sólo el motor, es todo el auto. Es la piña al lector, sin eso nadie se queda, no lastima; si el texto no compromete algo más que el tiempo que se usa al leerlo no vale la pena y todo empieza en el terrible disparador.
-¿Con más atención en el argumento que en la prosa? -dispara Lucio.
-Muy amplia como disparador, muy interesante como pregunta -murmura Juan, pensando en cuentos y hasta libros aburridísimos exquisitamente escritos y algunos, no tan pocos, escritos de forma tan directa como entretenidos.
-La lucidez nos hace todo más amargo. ¿Salimos de esa afirmación? -pregunta Juan, y espera la respuesta mientras le devuelve el mate. Lucio recibe el mate y contesta:
-No me gusta salir de una afirmación, y más que nada por disentir, creo que la lucidez potencia muchos momentos de felicidad, o dicho de otra forma, tenemos momentos agradables solo gracias a cierta lucidez. Propongo otro. Algo así: una pregunta cuya respuesta, negativa como afirmativa, sean extraordinariamente sorprendentes.
Juan se da cuenta que la charla de disparadores disparó una adivinanza y no le gusta mucho pero la acepta. Piensa y dice:
-La existencia de extraterrestres.
Lucio reconoce la habilidad de Juan y nota aburrimiento en su tono. Propone salir a caminar un poco; Juan acepta de inmediato. Caminan por las calles solitarias cuando una moto se sube a la vereda y un hombre se baja sacando un revólver, dispara dos veces al aire (cual caricatura de cowboy) pidiendo las billeteras. Juan y Lucio torpemente se las dan y el ladrón se va. Cuando salen de sus respectivos temblores, hablan de la inutilidad de los disparos y se ríen, porque se adivinan, porque saben qué cuento va a escribir cada uno.