No recuerdo lo que soñé pero sí la sensación que el sueño me dejó. Fragmentos del día me remitían al olvidado sueño. Ensimismado, caminaba por el centro de mi ciudad, y me enteré de la lluvia cuando quise y no pude prender un cigarrillo. Entré a un café y sin dudar pedí whisky. “Tan temprano”, observó el mozo. Alcanzó mi mirada para que él murmurara una disculpa y llenara el vaso chiquito y gordo. El primer trago me provocó un placer tal que ni el segundo ni los demás estuvieron a la altura. Un tipo al lado mío fumaba rabiosamente; yo metía en mis pulmones el humo que segundos antes seguramente salía de sus pulmones; esa idea tan realista me provocó asco. Pensé en decirle algo pero me faltó valor; pensé en irme a una mesa, pero ganó el desánimo. Entonces pensé en Analía y lo primero que se me vino a la cabeza fue que la primera vez que la vi no me gustó nada, en eso estaba seguro, lo que me hacía dudar es en qué momento (como si hiciera falta) empezó a gustarme de esa forma. Será la cotidianidad del trabajo, el hecho de verse todos los días, o lo que sea, pero la cuestión era que me encontraba perdidamente enamorado. Analía no sólo no lo sabía ni sospechaba, sino que estaba saliendo con el más estúpido de la oficina. Imaginaba más de una vez que la sorprendía con un beso y ella respondía muy sensualmente; el placer y la sorpresa se llevan bien, me decía en voz baja. Pero mi indeleble cobardía lo dejaba solo en imaginación. Matar al estúpido que la llevaba a comer era una idea que me atraía, pero eso sólo pasa en los libros o películas –nos gusta mirar y leer eso, pero en la vida real lo rechazamos. Lo que voy a hacer, para qué negarlo, es seguir con mi vida gris, me decía mientras tragaba unos de los últimos tragos de mi mañanero whisky. Salí del café con la ropa húmeda y la cabeza dormida. Caminé unas pocas cuadras; un terrible cansancio me hizo sentar en la entrada de una casa que estaban demoliendo o algo así, pestañando muy lentamente recosté mi embotada cabeza en la pared. Me levanté de golpe, con el ánimo totalmente renovado, hasta me sentía fuerte y con ganas de caminar. Llegué al puente, acodado miraba las piedras y la poca agua que le pasaba por el costado. Peligrosamente me senté en un borde del puente y sabiéndome cobarde me incliné hacia atrás, pero algo falló, porque de un rápido momento se me vino parte importante de mi sueño y todo se apagó.
Cuando desperté estaba acostado y todo a mi alrededor era blanco. Una mujer muy delgada entró con unos papeles en la mano, y acercándose a mi cama preguntaba cómo me sentía. Quise hablar y no pude, ella me tranquilizó con un gesto y acomodándome la inmaculada sabana dijo que me encontraron acostado entre escombros de una obra en construcción, todo mojado, que el alcohol que llevaba en la sangre era demasiado alto y no sé qué cosas más porque justo en ese momento Analía se me vino a la cabeza tan de golpe como su compañero, el que fumaba al lado mío, la impertinencia del mozo, la lluvia, mi sueño.