Entro al baño y apago la luz; insultándome bajito la prendo -siempre me pasa lo mismo por dejarla prendida. Pongo el agua para el mate y sigo buscando la billetera; la pava se queja antes de lo pensado; me acerco para notar, no sin sorpresa, que no le había puesto agua. Sigo buscando y sin motivo alguno abro la heladera, me quedo mirando nada y pensando menos, hasta que algo me saca de esa especie de letargo: veo a mi perdido control remoto entre la leche y la botella de agua. Lo tomo, helado como nunca, y lo tiro arriba del sillón; supongo que andará, no lo voy a probar porque tengo que encontrar la billetera. Subo las escaleras hasta mi pieza y me quedo pensando para qué carajo subí; me siento en la cama suspirando y noto que me incomoda el pantalón. Me paro y compruebo que en el bolsillo de atrás está mi billetera. Salgo de mi casa con una fuerte sensación de olvidarme algo. Llego al banco, espero casi nada y me llaman; me siento frente a un joven de anteojos que me mira esperando una noticia que cambie su gris destino. Yo me quedo en blanco, sé que algo tenía que decirle pero no sé qué. Cuando empiezo a sentirme mareado, la caricatura me dice:
-¿Viene otra vez por el préstamo, señor Tolosa? -yo me agarro a esas palabras como quien se agarra a una tabla en el medio del mar-. Entonces en los próximos diez días estará en su cuenta lo que pidió y entiendo que acepta las condiciones -dice, sin levantar la mirada de la pantalla de su computadora.
Llego a mi casa con la sensación de no haber conseguido lo que salí a buscar.
Entre olvidos y sensaciones incómodas pasaron los días que tenían que pasar para huir de donde no me hallaba.
Con la plata en la mano fui a comprar el pasaje. Faltó un detalle, en que sólo reparé cuando una chica con cara sonriente me preguntó: “¿A dónde viaja, señor?”. Porqué dije “Mar de la plata”, nunca lo sabré.
Llego al único departamento donde había lugar; me ubico en mi habitación, abro mi bolso y me doy cuenta, como a quien le dan una cachetada, que alguien se llevó mi atención. Desparramo el relleno de mi bolso en la cama y veo: el control remoto, la billetera, almohadones del sillón, el estuche sin los anteojos de leer, dos cargadores pero ningún celular, cintos, medias, mallas y nada más.