Una lluvia indecisa mojaba mi remera sin que yo me diera cuenta. Caminaba lentamente por el centro de mi ciudad. Esperaba un llamado que podía cambiar mi vida; mientras tanto, a cada rato levantaba mi pantalón descuidado por mi desobediente cinturón. La humedad en mi espalda empezó a molestarme. Sintiendo frío entré en un café. El celular en mis manos parecía más callado que nunca. Pedí un café pensando que la vida pende de un hilo, y los detalles también, que las cosas tardan más cuando las esperás. Sé que la culpa es mía, que bien podía haberme quedado en mi casa, que solo eran unos eternos minutos de espera; preferí salir con la excusa de la ansiedad, a riesgo de un posible enojo o que el llamado no existiera y que la noticia me la dijeran en persona. Esta última idea hizo que apure el café hasta quemarme y salir casi corriendo hacia mi casa. Todo el camino pensando en lo cobarde de mi actitud, en lo egoísta, en sentir que no estaba preparado, en no saber cómo se prepara uno para eso, en pedirle perdón. Caminaba cada vez más rápido, las ultimas dos cuadras la hice corriendo. Abrí la puerta violentamente y ella estaba de espaldas, lavando los platos.
-¿Qué pasó? -intenté gritar pero mi falta de aliento no quiso.
-Nada, me puse a lavar hasta que llegaras, así lo veíamos juntos -dijo, secándose las manos, mientras que, con una sonrisa, miraba fijo arriba de la mesa el test sin abrir.