Espejos venecianos

-Si te gusta es seducción; si no, es acoso -sentenció Laura, mirando con indiferencia por la ventana. A Claudia no le molestaba lo que Laura decía, lo que la irritaba era compartir sus ideas y saber que no había chistes inocentes. Por supuesto no se lo decía. Confesarle sería mostrar lo mal que ella se comportaba, y una cosa es actuar mal sabiendo que tu amiga sabe que lo sabés y otra es disimular, pensó Claudia y se avergonzó. Dijo que necesitaba estar sola y Laura se fue sin saludarla. Como siempre que se encontraba triste o confundida, se encerró en el baño y frente al espejo cepillaba su ya cepillado pelo. Con la periferia de su mirada creyó ver en su imagen un movimiento independiente, frenó el cepillo y clavó la mirada en su rostro.Tal vez el espejo un poco sucio no fuese tan fiel, pensó y se sentó en el ino-doro para seguir su lento cepillado. Se puso de pie casi de un salto cuando escuchó la voz de Ricardo; miraba para todos lados como esperando verlo en el baño, asumiendo el ridículo y enfrentando el miedo. Acercó el oído al espejo y se cayó sentada al inodoro con las dos manos en el pecho cuando el rostro de Ricardo apareció en el cristal. Empezó con una voz apenas audible a decir: “Sacame de acá, Claudia”, repetidas veces, con tono creciente. Cuando ya era un grito ensordecedor, Claudia descolgó el espejo y lo tiró con terror al suelo. Sangre y reflejos ensuciaron todo el piso. 

Salió del baño esquivando esquirlas y sangre. Laura la miró y se justificó por no saludarla, pidió perdón y la abrazó. 

-Creo que no me gusta -confesó Claudia, y Laura sonrió creyendo entender. Se saludaron. Claudia volvió al baño a terminar de cepillar su ya cepillado cabello. 

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