El frío apergaminaba la piel de mi cara; me arrimaba lo que más podía a la estufa a kerosene; las hipnóticas llamas me adormecían. Cuando la voz de mi viejo tronó en el silencio de la casa -“voy a calentar el auto”-, yo ni sospechaba que nunca más me olvidaría de esa expresión “calentar el auto”, me digo hoy, treinta años después. Esas mañanas se me juntan: sueño y frío, mis movimientos estaban reducidos a poner las palmas de mis manos peligrosamente cerca de las llamas. Que mi viejo me hiciera subir al auto era separarme de la estufa, era difícil de obedecer, por más que el “auto esté caliente”, yo estaba helado en el segundo que me alejaba de mi querida estufa. Cuando fantaseaba con algún castigo infernal, una de las opciones sin dudas era levantarme temprano a la mañana lleno de sueño y muerto de frío, pero no para ir a la casa del peor pariente posible, sino a la escuela, donde otros chicos en estado delicado cumplían a su vez el castigo. Estuve tentado más de una vez de pedirle a mi viejo que me deje llevar la estufita a la escuela; o bien acostarme más temprano, pero deseché las dos opciones por imposibles. Amenaza de bomba en la escuela y dormir caliente hasta que no hubiera más sueño, siempre lo dejaba en fantasía, nunca tuve el coraje de hacerlo y menos la culpa de pensarlo. Desinflar las gomas del auto, serviría con otro viejo, no con el mío, pues me llevaría caminando, y seguro sería peor. Recuerdo nítidamente que entraba con un terrible sueño y helado hasta los huesos, y salía sólo con las mangas largas y todos los buzos en la mochila, y sin pensar en dormir ni en sueños. Entraba corriendo a mi casa a prender la tele, tomar el mate cocido, soportar a mi viejo que me pregunte mil veces cómo me fue, y comer apurado.
Un día de esos que salía de la escuela y hacía todas esas cosas a las apuradas, fui al baño y la vi: como una diosa olvidada, inútil, dormida. No me gustó verla así, la reconocí por el olor; mi estufa apagada no es mi estufa. Han pasado muchos años y la tengo conmigo, la prendo a veces pero a mi hijo le molesta el olor. A mí me trae recuerdos, como éste que acabo de escribir.