A veces pienso que tengo el control de dejarlo cuando quiero. Casi nunca me sirve de consuelo. Lo dejé muchas veces, que es la forma más estupida de no dejarlo nunca. El sueño de que me va a cambiar la vida, la realidad vomita su verdad. Es difícil imaginar mi vida sin las fichas, es triste todo lo que hago antes de tenerla en mis manos, pero soy una persona que se deja llevar; sé que hice cosas que ni siquiera debería decir y menos dejarlo por escrito. Tengo una tendencia a hacer aquello que más me humilla. Muchas veces sueño que manejo un auto a toda velocidad, pasando todas las esquinas sin tocar el freno y, antes del esperado choque, me despierto con la certeza que esa es mi naturaleza. Es largo contar cómo empezó esto del juego, largo y aburrido, el tema es que un día no pude dejarlo. El placer de la inmediatez del cielo o el infierno es impagable. Cuando no estoy en mi mejor lugar, estoy pensando cómo conseguir el dinero para poder ir –en realidad mi cabeza nunca deja de pensar en eso. Antes tenía el reparo de mentir sobre el tiempo que le dedicaba, ahora que vivo solo me liberé de esa culpa.
Ella se fue y en su interminable discurso no dejaba de decir la palabra “juego”, y lo peor es que tenía razón, así que no la retuve y dejé que las cosas siguieran su curso sin mi opinión. Desde ese momento me dediqué a tiempo completo, lo que significaba que en muy pocos días de indecible placer me quedé sin un centavo. Estaba seguro como nunca en mi vida que si conseguía dinero recuperaría todo lo perdido –y si no era así, igual lo iba a jugar. Nunca puede parar y ahora no quería.
Soy cajero de un supermercado. Bueno, en realidad lo era; me echaron, diciendo que no prestaba atención y daban mal las cuentas cuando cerraba la caja. Acepté lo que me dieron y pasé un día entero perdiendo placenteramente. Si no tenía dinero no había juego y eso equivalía al suicidio, lo sabía muy bien. Necesitaba volver, estaba muy nervioso, jugaba mentalmente, no lo podía evitar, no podía dormir y casi no comía. Ahora que tengo tiempo para dejar todo escrito ahora que no me queda más por lo que avergonzarme, me acuerdo que lloraba de noche y de día, y empecé a pensarlo, hasta que lo decidí. Asaltar el supermercado. Lo conocía muy bien y sabía sus movimientos: dónde estaban las cámaras de seguridad y a qué caja ir sin que nadie sospechase que estaba siendo robada. Pero perdí antes de llegar al casino; algo salió mal al final. Tenía ya la plata conmigo y la cajera calladita por el miedo, pero intenté volver por una bolsa que tenía bajo la caja registradora; apenas me di cuenta de un cambio de miradas, corridas y el final.
Sé que si me hubiese ido con la plata estaría en el casino pero también sé que si hubiese pasado eso no seria yo.