Marcados

La novela que saqué de la biblioteca estaba marcada. Me da lástima que ediciones tan lindas sean leídas de esa manera; ésta estaba señalada con lápiz (no dejaba de ser una suerte), aunque nunca pensé que por eso me iba a molestar tanto su lectura. No entendía porqué estaba señalado en partes tan poco significativas; empecé a dudar de lo que para mí era importante en la novela y, lo peor, con la incómoda sensación de perderme lo mejor. La novela era muy corta y yo leía y releía las partes apuntadas y no llegaba a ver la importancia. Me olvidé del tema, pero antes de devolver el libro observé que en la primera y blanca página decía “Donación del socio 17522”. Era un dato que nunca pensé que me podía llegar a servir, hasta que eligiendo otro libro vi que en la última hoja, en este caso, se repetía el numero del socio. Rápidamente me fijé si estaba marcado, y al ver que efectivamente era así, me lo llevé a mi casa, para leerlo y, sobre todo, para ver si el lápiz había destacado partes importantes. En este caso la novela era más larga y estaba menos apuntada, pero yo seguía sin poder justificar cada señalización del impertinente lápiz; sólo en una hoja donde había un oxímoron (que tampoco alcanzaba para salir de lo vulgar) traté de compartirlo. Con trabajosa lentitud seguía adelante con mi lectura que, debo reconocer, me costó terminar y si lo hice fue sólo para ver hasta qué punto llegó lo que no me interesaba. Al libro no le encontré demasiadas emociones, las pocas que pude sentir estaban ayunas de todo lápiz resaltador: justo cuando se revelaba el poco misterio que me podía generar, seguía la hoja limpia de lápiz, lo cual no hizo mas que dejarme pensando que de algo me estaba perdiendo o que alguien se tomaba el trabajo de marcar lo innecesario de los libros –o porqué no ser menos soberbio y pensar que alguien se detiene donde yo pasaría de largo. El tema es que volví a la biblioteca y sólo a ver si encontraba más libros “especiales”. Pero sólo encontré los que ya están condenados, los marcados con birome; llegué a ver algunos no sólo con ese estigma sino también dobladas las puntas y manchadas las hojas, pero cuando acercaba mi nariz me daba cuenta de que el alma estaba intacta, que contra eso no se puede, que son inmortales por cosas que sólo ellos saben. Estaba en esas perdidas ideas cuando escuché que alguien decía: “17522 es mi número”.

Miré como quien mira lo que más espera; Y observé a una señora mayor que no dejaba de sonreír. Cuando terminó de firmar la planilla para poder llevar el libro, dijo con voz de abuela: “Mañana traigo otro libro para donar”.

Pensé en acercarme y preguntarle porqué leía de esa forma; pensé en una posible contestación que sería: “señalo las partes que sólo sirven para darle fuerza a las partes emotivas, las que parecen innecesarias. Como la vida, no se puede vivir con constantes sorpresas y emociones; tenemos días de aparente intrascendencia. Esos son los momentos a los que me gusta prestarles especial atención. Sacarle alguna ventaja a la muerte”. Me gustó esa posible contestación y no quise ponerla en riesgo con la realidad. 

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