Mientras me cebaba el último mate que la yerba podía brindar, sentí que por mi cuello algo me caminaba. Apuré el mate y me pegué un sopapo que sólo hizo volcar parte de la vieja yerba y mancharme el pantalón. Maldiciendo prolijamente me fui a cambiar.
Salí de mi casa con la inquietante sensación de olvidarme algo, y así caminé las pocas cuadras hasta llegar al café donde me esperaba mi cerveza negra. Por pereza, no soy supersticioso, pero mi mesa de siempre estaba ocupada y supe que algo malo iba a pasarme. Acodado en la barra, la visual del café era muy distinta a la acostumbrada; la cerveza insólitamente tibia y la banqueta sin respaldo me incomodaban hasta modificarme el humor. Las posibilidades de mejorar mi día las supuse bajas, más cuando un grupo de sindicalistas llenó el café de gritos y humo; pensé que solo les faltaba quemar una goma arriba de la mesa y listo. Sin ocultar un mueca de asco, con un rápido ademán llamé al mozo y pedí maní; a falta de estos me trajeron unas masitas incompatibles con la cerveza y con la ingesta humana. Salí del café con dolor de cabeza y con algo atravesado en la garganta; al doblar la esquina, encontré a una antigua novia y saludando lo más correctamente posible, noté que estaba súbitamente nervioso, como un sentir del pasado que volvía y me ridiculizaba, advertí que la realidad se paralizaba y sólo se escuchaba el martilleo de mi enloquecido corazón. Inquieto y torpe, hice mi peor papel ante mi mejor publico; ella me deseó suerte, a modo de epilogo, y yo salí de su vida sabiendo que nunca debí volverme a asomar.
Crucé la avenida pensando en el reciente encuentro y me sorprendió un taxi, que no me pisó sólo para que el conductor pudiera desplegar todo su amueblado vocabulario de los más bajos insultos sobre mí. Sintiendo potenciada mi irredimible torpeza, pensé en ir a casa y no salir más, dar por terminado mi día. Como todavía era temprano me preparé unos mates. Sintiendo libre mi cuello de patitas que me caminen, tomé mi primer mate. Sonó el timbre y algo en mí esperaba lo peor: abrí la puerta y mi vecino abrió los brazos en un saludo tan teatral como ridículo; me abrazó de forma desmedida y, aprovechando la puerta abierta, entró. Acomodado en mi living por iniciativa propia, empezó un monologo insufrible. Recordé cuando pensé en terminar mi día y mis ganas de terminar los días de él, me sonreí por imaginar esa idea, y me di cuenta que la primer sonrisa del día me la causó la sinrazón. Pensaba, mientras fingía atención a su discurso, que intentar vivir con lógica en medio de este terrible absurdo que es la vida, es absurdo. En medio de mis apuradas cavilaciones y al final de su discurso, mi humor cambió y creo que eso que llamamos suerte también. Invité unos mates y puedo decir que lo descubrí buen tipo, interesante y muy solidario; me contó de una campaña en la que me anoté para ayudar en un comedor del barrio y hasta puedo decir que dormí pensando en cómo podía llegar a ayudar de manera más eficiente.