Desde mi balcón siempre se repite la misma escena: ese hombre obsesionado con esa chica. Yo lo veo y espero que le hable, que genere el encuentro, pero nada de eso pasa; sólo esa sospechosa y pasiva actitud de mirarla y seguirla.
Vivo solo y la verdad que paso casi todo el tiempo aburrido. Tengo sesenta años. Me mantengo en buena forma, lástima mi pelo que no quiso quedarse conmigo; salgo a caminar siempre a la misma hora y hago las compras en los mismos lugares. Soy tediosamente rutinario; no sé si es superstición o solo una costumbre ya imposible de quitar, pero todos los días hago lo mismo. Y puedo asegurar que ese chico repite lo mismo día tras día: nunca deja de seguirla, fingiendo indiferencia. Una vez, sin perder mucho tiempo, sin romper mi rutina, seguí al chico que seguía a la chica, él no sospechó de mí, pues estaba muy preocupado de que no sospecharan de él, y la verdad que me aburrí mucho. Él mantenía una distancia más que prudencial y no hacía nada más que seguirla, hasta que ella entró a la que supuse su casa. Él tomó una calle por la que yo nunca iba y lo perdí de vista. Me quedé sentando en la puerta de la casa de la chica, mirando el lugar o, mejor dicho, haciendo tiempo para ir a jugar al ajedrez a la plaza. Me levantaba para irme cuando se abrió la puerta y la chica volvió a salir. La verdad, fue un impulso que no pude controlar y hasta me sorprendió a mí mismo lo que hice, pero me acerqué a ella con una seguridad rara en mí, y sin dejar que se terminara de asustar le dije atropelladamente:
-Discúlpeme. Sé que esto le va a sonar extraño, pero sé de un chico que todos los días la espera a la salida del colegio y la sigue hasta su casa.
Mostrándose asustada preguntó:
-¿Usted cómo lo sabe? ¿Qué chico?
Intenté una respuesta pero era poco creíble y hasta me pareció más sospechosa mi actitud que la del chico. Vi en su rostro el miedo, empezó a mirar a todos lados como quien busca auxilio, hasta que de repente se dio vuelta y salió corriendo. Lejos pero no tanto para que no pueda ver, ella hablaba con el chico y los dos me miraban como quien mira a un asesino. Él sacó un celular y sin dejar de mirarme marcó un número. Yo lentamente empecé a caminar hacia mi querida rutina que nunca debo descuidar.