A Iván
La hoja en blanco parece el único estímulo en un mundo que se apagó. Si había algo que atentaba contra el ocio, contra la propia creatividad y la comunicación del que se tiene al lado, era lo que ahora de un inaudito momento desapareció. Me acuerdo subestimar esa fecha, diciendo con suficiencia que el tema era transitorio. Ahora todos sabemos que el dos de septiembre empezó todo, y que nunca nos vamos a olvidar cómo un día común deja de serlo y se vuelve el principio del fin. Con nostalgia me acuerdo que me dormí esa noche diciendo, “hasta mañana”, mirando la pantalla del celular y aferrándome a esa afirmación que encerraba mi saludo. El mañana llegó pero no completo. La hoja en blanco me esperaba y yo agotaba todo antes de sentarme a su intermitente vista. El cursor jugaba con ser la única posibilidad, entonces me senté y escribí lo que viví, lo que sentí, una distopia digital.
-¿Y qué hago? –preguntó mi hijo mirando al vacío, yo pensaba a toda velocidad y mal, buscaba darle algo mejor, no lo encontraba; me conformaba con un paliativo pero tampoco tenía, entonces caí rendido y me sumé a su pregunta, que es una forma de dejarlo solo mientras lo acompaño. Esperamos sabiendo que otra cosa no podemos hacer, observé su espera y supe que no sabía qué hacer cuando no tenía nada que hacer. Propuse juegos que me volvían loco de chico y me miró con pena; pensé que no entendía cómo se juagaba pero me ganó sin esfuerzo. ¡Lo que cuesta jugar un rato a la bolilla no tiene nombre!, entre mi fiel lumbago y mi rodilla empeñada en hacer mis días inviables, me sentaba en el piso sólo por amor a mi hijo y me levantaba manoteando todo, apoyándome en lo que podía, cerrando los ojos y dejando salir el aire por mi boca. Ya de pie, me sentía como después de una jornada de trabajo minero; lo miraba a él, a sus ojos tristes, sin brillo, invadido por el tedio tan nuevo como profundo. Tenía que ser honesto y saber que no podía darle lo que sí la internet. Nació con la red y no se imagina vivir sin ella; yo nací antes de internet y tampoco me imagino.
-Llamá a ver que dicen -mandaba mecánicamente como quien no se resigna. Yo llamaba pero no podía imaginar una respuesta positiva y la canallada de inventar un “dicen que falta poco que están arreglando” era algo que no me animaba. Pensé en Sherezade y en contarle una buena historia, alguna vez funcionó cuando era muy chico, pero no tengo gracia y él lo sabía. Pero algo intenté. Actuando muy mal un enojo espontáneo que no me creyó, ordené:
-Vas a tener que hacer lo que yo te digo y no lo que vos querés, y lo que yo te digo es que cuando vuelva internet te conectes con tus amigos -y lo miré; él me miró por fin sonriendo y me dijo:
-Y si es justo lo que quiero, ¿qué hago?
Y noté un brillo de entusiasmo en sus ojos que me motivaron a seguir por ese lado y por ahí fui, y por ahí sigo yendo.