Aprieta el celular y desliza el dedo gordo para que se ilumine.
Lacónicamente contesta todos los mensajes, y lee las principales noticias. Prende la computadora y pasa algunas horas pegado a la pantalla. El celular suena y mecánicamente contesta, habla quieto y sin emoción, con los ojos fijos en la pantalla. Del otro lado cortan pero él sigue con el celular en su oreja unos segundos más. Los ojos le arden y pinchan a cada pestañeo.
El recuerdo nebuloso de haber hablado por teléfono lo hace despegar la vista de la pantalla y mirar al celular. Lo decide. Apaga la computadora y el celular a conciencia y decididamente camina hacia el modesto mueble con libros. Toma Ficciones de Borges, se acomoda en el sillón, lo abre y por fin se conecta.