A toda velocidad buscaba las palabras que bien sabía no iba a encontrar. Él adivinó la duda en mi cara y, mostrando oficio en la malicia, preguntaba sin pausas. A punto de rendirme escucho mi nombre, y me agarro a ese sonido como un desesperado náufrago a una tabla. Una mujer acompañaba el llamado con ademanes teatrales; entro sorprendido y aliviado; me dirijo hacia ella. La mujer me besa como besaría a un hijo que vuelve de la guerra; incómodo con ese frenesí me quedo muy serio. Viendo mi reacción pregunta:
-¿Te puse más nervioso de lo que estabas recién?
-No, no -balbuceé con indecible torpeza.
-No me gusta el maltrato en ninguna de sus formas, soy capaz de darle un sopapo a alguien que hace lo que le hizo ese señor -dijo, señalando obscenamente con un dedo. No puede más que reírme de su solidaria contradicción.
-Ahora se ríe -exclamó sin ocultar una súbita alegría, yo bajé mi vista como un niño avergonzado y me quedé mirando fijamente el suelo ajedrezado-. Bueno, tampoco sea tan sufrido, no se tome todo a la tremenda, se ríe y se pone a punto de llorar según lo que una diga, me pone mucha responsabilidad conversar con usted -dijo, poniendo maternalmente su mano en mi hombro.
-Disculpe -dije, levantando la cara y mirándola a los ojos.
-Nada de disculpas, ni de sonrisas cuando no tengo la intención de hacerlo sonreír y menos ponerlo a punto de llorar.
-Bueno, pero me hizo sonreír lo que me dijo y me puse serio al notar que le ha molestado -me apuré en aclarar.
-¿Seguimos con estas minucias o le digo para que lo llamé? -me preguntó de muy mala manera.
-Como usted quiera, total tengo que estar hasta las nueve y falta mucho para eso -dije, con una suficiencia tan ofensiva cono actuada
-Ahora me ataca cuando no hace ni cinco minutos le acabo de salvar la vida.
-Bueno, creo que exagera un poco -dije y sonreí sosteniéndole la mirada lo más desafiante y desagradable que podía.
-Otra vez vuelve la sonrisa…
-Sí, y seguro que en un ratito me pongo al borde del llanto o estallo en una carcajada sin fin -dije, imitando el tono burlón que poseía en mi infancia.
-Usted es muy desagradable -acusó con un violento temblor en el mentón. Descubriendo ese nerviosismo dije:
-Y usted me llama sólo para hacerme perder el tiempo.
Un sorpresivo sopapo me dejó mirando para otro lado; me llevé automáticamente la mano hacia mi caliente mejilla y volví la cara para mirarla con ojos bovinos.
-Perdón -dijo, tapando su boca con ambas manos- es que usted sabe que odio el maltrato en todas sus formas.
Yo no pude evitar una carcajada sin fin, por sentir en mi mejilla su contradicción.