Pasé por donde no debía; me condené por un pequeño y terrible olvido, sé que la muerte puede llegar por un detalle y me duele que se dé por culpa mía. Lo pensé muchas veces, me lo pregunté otras tantas: ¿por dónde vendrá el final? Y ahora la contestación es obscena, es ridícula y sobre todo culpa mía. Sí, ya sé que lo dije pero no puedo evitar repetirlo. ¿Es más importante lo que iba pensando que la posibilidad de morir? No, sé que no, pero hice lo contrario.
Tratando que la resignación no me llegue, hacía cosas con acelerada torpeza. Preparé el tablero de ajedrez por si se tentaba dilatando el momento con esa opción, me tiré en el sillón sin hacer nada, que es mi mejor forma de hacerle burla a la muerte. Sonó el timbre y mientras el sodero bajaba los sifones yo ponía en duda la surrealista idea de la muerte tocándome el timbre, pero nunca la real idea de que por pasar por el lado izquierdo de la fuente de la plaza iba irremediablemente a morir.