Los árboles altos de la plaza, haciendo su papel de
Conventillos de cotorras, me dan por condición y Azar su sombra, me siento en un banco mirando nada y pensando menos.
Una anciana se sienta a mi lado.
Miro los demás bancos vacíos y ella dice – si le molesto hágamelo saber. Creo que eso hice pensé, pero solo negué con la cabeza. -¿ Le incomoda si me desmayo un ratito? – dice y agrega- me gusta avisar, creo que por decoro.
No sabía si agradecerle el detalle o irme.
-No, proceda tranquila-dije.
Usted es policía- preguntó con recelo. – No- contesté mientras ella se recostaba en el banco apretando una minúscula carterita. A los pocos segundo un ronquido animal o como el ruido de un mueble arrastrándose, me indican que se había dormido. De su monedero grande suena un celular. Hice lo de siempre, lo que no debo. Y con ágil lentitud saqué el celular y atendí.
_ Hola, sé que es la hora de su siesta, pero debo decirle algo urgente_ dice la voz sin esperar el saludo y continúa_ su obra social ya no cubrirá las remedios que toma. Lo lamento mucho, sé que no está en condiciones de pagarlos, perdone la noticia _ agrega con una compasión que noto fingida. _Hola dije por fin, me presento como puedo y apenas me escucha me pasa el monto total de los remedios y corta la comunicación.
Guardo delicadamente el celular en la carterita y cuento mi siempre escaso dinero. Falta sólo un poco para los remedios pero sé que la va a ayudar, entonces vuelvo a su carterita y prolijamente dejo el dinero.
La llamo con unos golpecitos en el hombro, abre despacio los ojos y le digo que me tengo que ir, y que su celular estuvo sonando. Me agradece y me voy con cierta satisfacción y sin plata.
_Hola abuela ¿estás sola? _ Hola, si sola, casi me ahogo de tanto hacer esos ronquidos de porquería._ fíjate si te puso la plata_ Si, algo dejó, un insensible el tipo_ Me imagino, la gente está cada vez peor.
