Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.
Leonard Cohen
El corte de luz no sólo nos dejó a oscuras, sino que nos sumió en un silencio tan completo como inesperado. Estaba con Tito, mi amigo de siempre, charlando animadamente cuando pasó.
-Bueno, a oscuras podemos hablar igual – dije para salir del súbito mutismo. Un sonido a risa me llegó como una afirmación.
-Es extraño hablar con alguien sin verlo -confesó, pero sin más vueltas se largó a hablar como si estuviese dando una lección de la que estudió mucho. Traté de seguirlo pero me costaba, hasta que hizo una pausa que no honré con comentario alguno, por miedo a decir algo desubicado. Hace de esto varios meses, y debo decir, sin mentir, que muchas cosas que dijo esa vez, las recuerdo casi textuales. Lo raro es que no creo haber prestado atención en su momento: me habló de una amigo casi hermano que se fue a vivir a otro país, y que él sintió como si se hubiese muerto. “Sé que no es lo mismo”, dijo rápidamente y agregó: “pero el resultado es igual, lo dejé de ver y listo. A los doce años esas cosas se viven de forma egoísta y sincera. Sólo me faltaba que me dieran las condolencias que nunca mejoran nada; vivía un secreto luto. Y sé que fue en esa época que empecé a escribir para dejar que vomitara mi alma y encontrar la placentera tristeza”.
Me habló de su primera novia, de su miedo a su padre y de cómo su madre lo hacia sentir importante. Teníamos dieciocho años y me hablaba con un adulto que había vivido demasiado. Se le entrecortaba la voz cuando hablaba de las peleas de sus padres; yo aguzaba los oídos para escuchar, pues bajaba mucho el tono cuando decía que su padre le pegaba a su madre, como si le diera vergüenza, como sintiendo culpa. Me asusté cuando me dijo que pensó muchas veces en matar a su padre, que le parecía algo muy fácil, muy útil para él y su madre. No sé si se acordaba que yo lo estaba escuchando o sólo necesitaba hablar, el caso es que lo dijo y me acuerdo bien; lo escribo como lo escuché. “No voy a dar más vueltas, mi mamá y yo estamos mejor sin él. El mundo no pierde nada”. Me acuerdo que en ese momento pensé en lo grandilocuente de sus palabras pero no en el veneno que llevaban. Cuando volvió la luz con el sonido que trae el suministro eléctrico, me pareció ver a un extraño delante de mí.
Él volvió al mutismo casi completo. Yo nunca voy a dejar de estar agradecido por saber lo que nadie sabe, y entender de forma brutal que se puede vivir sólo con la madre.