Al truco

La partida estaba durando demasiado para que yo la disfrutara. Tal vez mostré algún gesto de impaciencia que motivó que él me mirase de esa forma, y me dijera con tono de insulto:

-Si querés velocidad, andá a jugar al truco.

-Perdón -dije y fingí concentración mirando el tablero. Sentía su mirada mientras yo simulaba pensar una jugada; notaba que su asmática respiración se volvía cada vez más intensa, más ligera. Seguro que eso me desconcentraría pero como casi no pensaba en la partida me daba igual. Tardaba tanto en mover que dudé de quién era el turno; preguntarle me parecía un insulto a la atención que él prestaba. Prendí un cigarrillo cuando con trémula mano él movió un caballo y dejó, no sé con que intención, la dama a merced de mi filoso alfil. Apenas soltó el caballo me miró con la mirada desencajada, con temblor en el mentón, con una repentina transpiración y con un ruido al respirar que me hizo acordar a las sillas de mimbre cuando uno se sienta. Por esa mirada me di cuenta que la única intención de dejar así la reina era sólo un terrible descuido. Sentí poder y lo disfruté; ahora sí me gustaba el ritmo de la partida; ahora sí sabía que eso no era un juego de cartas. Mi tardanza era el tiempo de su agonía, creo que él lo sabia; yo fumaba intencionalmente despacio; en un momento probé su cara amagando tocar una pieza que nada tenía que ver con mi asesino alfil y creo que casi salta de la silla, pero cuando volví mi mano y la dejé en suspenso en el cielo del tablero, su respiración ya era preocupante. Pocas veces sentí lo que es tener a alguien que dependa de mí de esa forma. Se mostraba tan ansioso que no podía quedarse quieto. Volví a amagar y volví a dejar la mano en suspenso, cuando escuché una voz muy ronca que me decía:

-Dale pibe, ¿vas a mover?

Al tiempo que tomaba mi querido alfil, invité:

-Si querés jugamos al truco. 

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