Toda convicción es una cárcel.
Friedrich Nietzsche
Estaba acostado boca arriba, con la mirada fija en la cucaracha como único entretenimiento; alguien practicaba saxo y algunas entusiastas escalas llegaban a mis oídos; el bicho caminaba por momentos rápido y por momentos lento, se lo notaba inseguro -aunque confieso que ni sospecho la diferencia que puede haber entre una cucaracha insegura y una segura. El tema es que yo la miraba y escuchaba una rabiosa melodía. Estaba sumido en un placentero letargo; eran las siete de la mañana de un caluroso y nublado domingo, el saxofonista probablemente no durmiera en toda la noche por el calor, como yo; el bicho tal vez sí y sólo madrugó. Súbitamente se perdió de mi vista; creo que unos golpes a mi puerta me distrajeron. La busqué con la mirada pero no pude encontrarla y los golpes a mi puerta me despabilaron enojosamente. Me levanté con la fea certeza de que sólo atendiendo podía hacer que dejen de golpear; me encaminé hacia la puerta pensando que sólo quien desperdicia su vida puede llamar a alguien un domingo a las siete de la mañana -pero también reconozco que mirar un bicho en el cielorraso y escuchar un trasnochado saxofonista no es gran cosa, lo reconozco. Abrí la puerta y observé a un muchachito con más cuerpo que edad, con más entusiasmo que vocabulario, que intentaba decirme que el fin se acerca pero que todavía tengo tiempo para salvarme de no se qué terrible lugar -decía todo atropelladamente y escupiendo en cada énfasis; la corbata y su saco eran para él una tortura y así los llevaba, transpiraba hasta llegar a mojar todo su pelo y camisa, la cara colorada a punto de reventar y a cada segundo respiraba agitadamente. Creo que invitarlo con un vaso de agua era lo que más caía de maduro y, por supuesto, no lo hice. Creo que si le daba la opción de cambiar su cielo por un poco de agua fría aceptaba inmediatamente, y por supuesto eso sí hice. Se sonrió pero se mantuvo firme y no pude no pensar en Job.
-Bueno -dije con la malicia más grande que me era posible-, voy por un poco de soda y a apagar el aire acondicionado que mi living ya debe estar como me gusta -y cerré la puerta, encaminándome a mi cama con intención de volver a ver mi esquiva cucaracha y escuchar a mi anónimo saxofonista.