Cartas

La historia de uno puede ser la historias de varios, pensó Natalia cuando escuchaba muy atenta lo que un chico contaba en una radio de un país tan lejano como conocido. Es que desde que vive en Alemania escucha radios de la Argentina cada vez que puede. 

-Las historias no tienen dueño -dijo y miró a ver si alguien la escuchaba hablando sola-. Pero ésta es mía –agregó y se levantó a buscar la tan leída carta, que aunque la sabia de memoria, le gustaba leerla con placer adolescente. Se sentía absurda tratando de recordar su voz para compararla con la de la radio. 15 años, una lacónica carta, la seriedad del amor inaugural y una terrible duda, no son pocas cosas para el regreso. 

Con la excusa de una visita rápida a sus padres, besó a su marido y, guardando clandestinamente la carta, tomó el avión. Viajaba de las dos formas posibles; mirando por la ventanita el aéreo paisaje y mentalmente: no paraba de verse delante de Agustín, esperar a ver su reacción y por fin preguntar porqué nunca contestó su carta. Seguramente la pregunta se la hará entre risas por el encuentro y entre comentarios de aquella época, como restando interés, ocultando la intención del viaje, ocultando que nunca había dejado de pensar en él. Seguramente la contestación se perderá entre chistes y anécdotas insulsas; ella se pondrá seria porque al fin el tema le interesa, apretará los dientes y preguntará, ya sin risas ni sorpresa de haberlo visto, la bendita pregunta que tantas veces se preguntó: ¿por qué no contestó la carta? Él se sentirá incomodo por la súbita seriedad de ella y le dirá, sostenido su mirada, que el contestó la carta, que la pasó por debajo de la puerta y salió con pasos apurados. 

Cuando llegó a la casa de sus padres, la madre ya la esperaba con el café y el álbum de fotos. Ella, como quien aguanta un sermón tan largo como aburrido, miraba la caja donde estaban los álbumes: abajo del último y más pesado álbum un triangulito amarillento se dejaba ver; tiró de la punta y se quedó con ésta en la mano, levantó el álbum y encontró un sobre; lo tomó y disculpándose se dirigió al baño. Abrió y leyó: “Sí, Natalia, quiero ser tu novio siempre”. Guardó la carta murmurando entre sonrisas las pocas palabras que siempre escribía Agustín. Volvió al sillón, a las fotos, a los recuerdos. Mientras pasaban las fotos pensaba en su amor imposible, y en Alemania y su amor posible. Cómo se decide una vida; todo está hecho de encuentros y desencuentros; nunca sabemos qué paso nos cambia el rumbo, qué segundo antes o después tenemos que salir de casa para que tal o cual cosa pase. Que la pregunta a hacer sería porqué la madre nunca le dio la carta, ahora eso es sólo un detalle; y la carta, una realidad que salda una duda y algo más. Pagada la deuda de su pasado sé tentó y pasó por la puerta del negocio de Agustín; creyó verlo cerca de una luz seguramente de la TV, voces de chicos, y sintiendo una seguridad que la asustó tocó el timbre. Una mujer morocha como ella, alta como ella y casi igual de flaca preguntó qué deseaba. Ella tardó, pensó realmente lo que deseaba, y contentó:

-Que usted me abra la puerta –y empezó su viaje a Alemania.

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