Cerca

Se levantó muy temprano y con restos de la noche en su cara salió a la calle. Caminó tres cuadras y cuando se sintió despierto del todo, se subió al colectivo que lo llevaría a la fábrica, se ubicó en el último y único asiento que había libre. Se empezaba a dormir cuando llegó al trabajo. Caminó lentamente y hasta el vestuario, se cambió mecánicamente y trabajó de la misma forma. Al final de la jornada se encontraba más desganado que nunca; llegó a su casa y se tiró en el sillón, prendió la televisión y sus ojos siguieron atentamente una escena donde un ladrón robaba un banco con éxito, y él imaginó que el hombre empezaba una nueva vida lejos del lugar donde había dado el golpe, cargando mucho dinero y sin ninguna muerte en su conciencia; todo tan prolijo que la policía no tendría dónde buscarlo. Se fue a dormir con la escena en su cabeza. Otra vez en la fábrica, tan fácil y automático era su trabajo que podía seguir pensando en el ladrón, en el banco, en la plata, mientras vivía su pobre y aburrida vida. Cuando llegó a su casa no prendió la televisión: estaba inquieto y la idea ya le empezaba a dar vuelvas en la cabeza de manera más fuerte. Compró un arma por Internet; le resultó más fácil de lo que imaginaba. Estudió lo más minuciosamente posible los movimientos del banco. Imaginó su destino una vez hecho el trabajo. Pensó en lo primero que se iba a comprar, y hasta quería destinar algo de plata a escuelas y demás entidades. Eso lo hacia sentir bien. Fijó fecha para el golpe: faltaban siete días. 

Nunca supo porqué fijó esa fecha, lo cierto es que estuvo muy ansioso y los días le resultaron interminables. El día elegido, faltó por primera vez al trabajo y lo disfrutó, más que nada por no haber avisado. Se sentía impune y le faltaba lo mejor. La víspera del día esperado no durmió ni un segundo, imaginó lo que podía llegar a pasar muchas veces. Se dirigió al banco dispuesto a todo, entró abriendo demasiado la puerta y casi tiró a una señora que se llevó por delante; varios policías lo miraron y lo primero que le salió hacer fue sacar un numero y sentarse. ¿Qué estoy haciendo?, se preguntaba y no podía contestarse. Se decidió a sacar la pistola; cuando estaba a punto de llevar su mano a la cintura un policía le hizo una seña que no entendió y que lo distrajo; miró a su costado: una mujer visiblemente embarazada lo miraba fijo. Con signos de indisimulable molestia cedió su asiento. Parado y cerca de los policías decidió terminar lo que tanto había ideado: se vio parado enfrente de todos y diciendo sus palabras estudiadas, medidas; todos obedecían lo que él pedía sin ningún problema. Dejó de imaginar y caminó al frente de todos y ahora sí, por fin, iba a sacar la pistola cuando escuchó sus palabras con un tono tan teatral como ajenas: un hombre con un pasamontañas y una pistola (mucho más grande que la suya) exigía “todos al piso”; se sintió mareado y obedeció. La policía redujo al delincuente en pocos minutos y todo volvió a su normalidad. Él salió del banco temblando y así caminó hasta su casa; antes de llegar tiró la pistola en un tacho.

Otra vez en la fábrica, pensaba lo cerca que había estado de robar con éxito, de repetir la escena de la película, lo cerca de ser otro, lo cerca de dejar de ser él. 

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