Cigarras 

A las tres de la tarde el ruido que hacían las chicharras era ensordecedor, aunque paradójicamente lo notábamos cuando estas se callaban, el calor, la quietud de la tarde interminable, las caminatas pesadas por el pasto alto y el hambre que nos hacia volver a casa era nuestras vida, cuando todo era eterno cuando se vivía sin pensar en el final, cuando éramos inmortales inconscientes, felices. ¿Cuándo fue que todo se disolvió?, cuando dejamos de hacer lo que hacíamos, cuando nos apuró lo urgente y dejamos lo importante, cuando fue que empezamos a tener cosas que hacer y dejamos de hacer, no me acuerdo el momento en que nos dejamos de ver, el momento inmaduro de madurar lejos del nuestro lugar. Hoy todo es distinto, hoy un alambrado pone distancia de lo que fui y me muestra que tiene dueño lo que antes fue nuestro, no somos lo que éramos ya no, me queda el recuerdo, caras, voces, corridas, una vida que viví y solo puedo recordar, y si tengo la oportunidad de ver en la calle a uno de ellos sé que no es el que recuerdo, sé que no soy el que recuerda, sé donde quedó flotando mi niñez. Uno vive muchas vidas encadenadas por el eslabón de la memoria, y ciertas cosas me vuelven ahora que aquello quedó atrás, olor a tierra mojada, a césped recién cortado, la visión de un viejo ombú, la número cinco pateada por un chico contra la pared, sentir el elástico tenso de mi gomera,los nísperos robados con permisos, una conocida cruz de una anónima tumba y el sonido de las chicharras, interminables, invisibles, compañeras de la hora silenciosa de la siesta. Un paredón infinito y blanco daba aspecto militar al lugar y un campo ante todo nuestro, como nuestro patio compartido por caras siempre conocidas. Sé que no debo volver al lugar donde he sido feliz, al menos no físicamente, pero lo he hecho y con la mirada indiferente de mi hijo, que aburrido me preguntaba, si faltaba mucho para irnos a casa. No vuelvo a buscar un poco de felicidad, ahora entiendo que eso es de a ratos y que en aquellos momentos era la magia de la inconsciencia y la edad, hoy veo donde corrí, donde crecí, y me sonrío bajo la mirada desdeñosa de mi hijo y sé que él tiene su lugar como yo lo he tenido y tal vez en algún momento sienta la cariñosa indiferencia de una mirada de la persona que más quiera en su vida. Sé que es otra vida y que tiene otros juegos pero quiero pensar que es feliz como yo lo he sido y que su lugar se va a encargar de tatuarle en el alma cosas que siempre vuelven, sus chicharras, sus nísperos, en fin, sus cosas, que seguro sean otras pero el sentido el mismo. Sigo viendo imágenes de ese lugar, muñeco ruidosamente incendiado, una cara que aceleró mi corazón, calles de tierra aplacada por el agua de la manguera. Partidos de fútbol donde el final lo ponía la oscuridad y los mosquitos, él que tenia pileta, él que tenía una casa que era todo patio, él que solo lavaba el auto, él dueño de la pelota que siempre tardaba en llegar, apodos innombrables, barrancas y karting a rule manes, jaulitas y pega pega, caballos sueltos deambulando por las calles, el sonido de una radio que grita murmurando un partido eterno. Las imágenes siguen y siguen. Y más ahora que no hace mucho dando una vuelta con mi hijo escuché la música tocada por mis músicos invisibles, ensordecedor, cuando pararon de cantar entendí lo que me dijeron o me gusta entender lo que siempre sospeché, que nunca me dejaron de acompañar. 

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