Corregir

Pasé todo el día pensando en el cuento. Cuando llegué a mi casa volví a quitarle y agregarle palabras, esta vez de tal forma que el argumento inicial mutó casi por completo. No tan conforme como con el relato inicial, volví a quitar y poner palabras buscando llegar al inicio; en ese camino cedí a la tentación de matar un personaje central y todo cambió por tercera vez. Ya resignado a no volver a mí idea primaria, sentí libertad. Entonces, impunemente, sin delicadeza alguna, casi sin pensarlo en ocasiones, amputaba y añadía palabras como un enajenado. La incoherencia y el absurdo me acechaban. Me volví peligroso, pues nada tenía para perder. Hasta que sentí que podía encontrar un ápice de luz argumental que rozara mi idea inaugural; seguí la luz y algo encontré. 

Trato de no volver al cuento, trato de no tocarlo más, quiero que se quede quieto, sé que mientras no lo lea ni lo piense estará en paz. También sé que le faltan algunas palabras y sobran otras tantas, como a este texto. 

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