Con la sonrisa pronta de los tímidos se acercó a la puerta de la oficina, golpeó con una decisión que le era ajena y le gustaba. La sonrisa se iba borrando a medida que esperaba ser atendido. Cuando estaba totalmente serio y resignado, emprendió el camino a su casa.
De ser atendido, quizás ahora estaría preso. Tanteó una vez más la Ballester Molina; eso lo tranquilizaba y le daba poder. De ser atendido diría lo que tanto pensó; plantearía, como una pregunta y como una afirmación, el hecho de que una de cada muchísimas personas trabaja de lo que realmente le gusta, en aquello que bien harían gratis. La mayoría se resignan (él no quedaría afuera de eso). La sociedad usa la mentira como algo indispensable para hacernos creer que nos gusta trabajar de lo que trabajamos, aunque esto consista en repetir movimientos como autómatas todo el día. Pensar que hacien-
do eso podemos ser felices en un tremendo y efectivo engaño de nuestra sociedad. No soñar con un trabajo que nos produzca placer es un admirable logro diabólico. Estamos condenados a subir una piedra una y otra vez, sabiendo que irremediablemente se va a caer; estamos condenados a vivir la alegría de Sísifo. Concluiría con: el mundo está hecho para los que acarician al auto, para los que vuelven a contar lo que tienen escondido en sus casas. Alguno gritará, como quien grita teniendo la verdad, que la especie que se adapta es la especie más evolucionada. El silencio que le seguiría a ese grito, él no honraría con ningún comentario, la palabra “evolucionada” quedaría flotando en el salón y se iría apagando junto con su veracidad. Él sacaría la Ballester Molina y diría: “Todo lo que es necesario decir lo digo yo, lo demás es superfluo.”
De ser atendido, preguntaría con vehemencia si realmente a alguien le gusta lo que hace. Preguntaría, casi en voz baja, si lo que soñaron de chicos se acerca a lo que son de grande. Seguramente estrenaría la Ballester Molina a la primera interrupción. Preguntaría con honesta curiosidad si alguien sabe que vive resignado. Confesaría que darse cuenta de eso con lucidez, es suicida.
De ser atendido todo hubiese sido vanamente teatral, la Ballester Molina apretaría su sien y la oscuridad le ganaría al sonido, pero todo sucedió en la más absoluta soledad, todo fue vanamente real.