El ruido creciente de sus pasos subiendo por las escaleras, me hizo temblar y me dio a entender que estaba por abrir mi puerta. Toda posible duda se despejó de forma violenta cuando escuché el inconfundible ruido de las llaves chocándose entre sí. Esconderme me pareció ridículo, quedarme sentada en mi cama me pareció lo mejor y fue lo que hice.
-Acá tenes para comer –me dijo lacónicamente y apoyó un paquete en el suelo. Sin mirarme salió de mi terrible lugar; juro que pensé en no tocar lo que dejó, pero el hambre era más fuerte que mi dignidad, más fuerte que mi rabia, y me vi ridiculizada, comiendo sentada, pensando en que había perdido y seguía haciendo lo que me pedían. No comer y dejarme morir sería ganar; morir sería ganar, flotaba en mis oídos con ecos macabros. Ellos piden algo por mí y lo que quieren es que no me vaya y sobre todo que me mantenga con vida. Matarme sin una herramienta es difícil y no creo tener lo que hay que tener para hacerlo. ¿Cuánto se tarda en morir de hambre? ¿O tendría que pensar en la sed? También sé que si se comunican con quien tienen que hablar, no hay dudas de que se paga más de lo que me quieren y estoy en mi casa. Eso va a pasar, si yo no tengo opinión, mi palabra no vale. Aunque puedo mostrar teatralmente un hecho y liberarme, lo pensé y le di muchas vueltas y decidí lo que tenía que haber decidido antes: no quiero esperar que paguen por mí y matarme en mi amplia y cómoda habitación, mientras los dos murmuran que gastaron plata, como quien comprar un florero y un negligente codo lo roza y lo deja descuartizado en el suelo. El suicidio es un alivio, aunque sea pensarlo, tenerlo a mano, saber que depende de uno, que esto termina cuando quiera, que el misterio más grande de la humanidad lo puedo conocer cuando lo deseo. Quiero pensar que pienso esto porque como tarada me subí a una especie de camioneta para una rápida entrevista de trabajo, pero no, sé que no, que esto lo vengo pesando hace mucho tiempo y cada vez con más fuerza y más seguido.
Lo espero desnuda y acostada boca arriba con los ojos bien abiertos, la fuerza del sexo va a estar de mi lado lo sé. El ruido creciente de los escalones al ser pisados llegan a mis oídos y no puedo detener el pájaro que enloqueció en la jaula de mi pecho y, porqué no decirlo, sentir poder. Esta vez sí me miró a los ojos, no sólo eso sino que quedó congelado. Cuando se acercó decididamente yo me levanté con toda la rapidez de la que podía ser capaz y pasé empujándole por su costado, cuando creí bajar la mitad de la escalera, sentí que algo me quemaba la espalda y no pude hacer otra cosa que caer, sabiendo que por fin, una vez en mi vida sentía lo que es ganar, sentía que el misterio de la vida me iba a ser revelado.