La foto

La foto mostraba a un niño con una sonrisa de publicidad de dentífrico, al lado de un monitor que dejaba ver un fondo de pantalla con una foto polaroid, y en esa foto, una niña montada a un caballo de reducido tamaño. La mujer que acababa de revelar la foto la miraba y sonreía de costado, como si un hilo invisible le tirara de la comisura de su labio. La guardó donde debía y continuó con su trabajo. El desorden barroco la tenía acostumbrada pero ese día era demasiado; entre ordenar o pedirse el día eligió acusar malestar y se tomó el día. Ya en su casa, libre de obligaciones pero no de la imagen de la foto, preparó una cena liviana pensando en otra cosa. La foto tenía algo que la perturbaba: a esa niña subida al pony la conocía muy bien, pero no recordaba dónde la había visto. Ensimismada, se fue a acostar. Cuando sus ojos se cerraban y el sueño la invadía toda, casi gritó “soy yo”. Se levantó ya sabiendo que no iba a poder dormir en toda la noche y no durmió. Llegó temprano a su trabajo con la única intención de buscar la foto para verla en detalle. Tuvo que ahogar un grito con ambas manos cuando volvió a ver la imagen. Solo faltaba buscar el apellido del dueño de la foto, pero le faltó valor. Esperar a que fueran a retirarla y ver quién iba le pareció lo mejor. Con los nervios a tope veía a cada persona que entraba, con miedo y ganas de que pidieran el álbum donde estaba la foto. Una señora mayor, con un bastón que le ayudaba a disimular las incertidumbres de sus pasos, la miró a los ojos y dijo: 

-Hola, soy Ansaldi y vengo a buscar unas fotos.

-Enseguida se las entrego –dijo atropelladamente la mujer. Cuando tenía el pequeño álbum con la foto en la mano no podía dejar de temblar-. Acá están, por favor fíjese que estén todas. 

La anciana tomó el álbum y con una exasperante lentitud se dispuso a mirar. Cuando llegó a la foto, la observó como a las demás. Entonces la mujer no pudo aguantar más y preguntó:

-Disculpe la indiscreción pero… ¿quién es la nena que se ve chiquita en el monitor?

-¿Cuál? -preguntó la anciana, poniéndose los lentes con manos tan trémulas como las de la mujer.

-Ésta -señaló la mujer tomando la foto y apoyando la uña justo debajo de la niña.

-Es mi hija -dijo con una gran sonrisa triste en su rostro apergaminado-. Unas personas me la robaron y yo no dejo la manía de revelar la misma foto y mirarla todos los días.

-¿Y nunca la buscó? -acusó sin delicadeza la mujer. La anciana con indulgencia, lentamente, dijo:

-Con desesperación al principio, después con rabia, y desde hace unos días con ansias de ser reconocida, aunque sé que es imposible que te acuerdes de mi. 

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