Lluvia

Un cielo cargado de lluvia oscurecía la tarde. La caña de pescar, el termo y el mate es todo lo que necesito para pasar la tarde al costado del río. Miraba a cada rato al cielo como si así pudiera impedir o retrasar la inminente lluvia; hasta entonces me daba resultado. Tenía fé que no iba a llover, esa clase de fé que se tiene para soportar la duda. Me senté lo más cerca que pude del principio o del final del río. Tomé un mate que mejoró mi humor; mientras encarnaba pensaba que muy profunda no debía de ser mi melancolía si solo bastaba un mate para curarla. ¿O toda alegría es sólo un descanso de la tristeza? ¿Se puede pescar y disfrutar del día sin pensar que en cualquier momento todo se puede acabar? La muerte acecha desde el momento que la hacemos conciente, hace que todo momento por más feliz que sea, peligre, pero debo pensar también que la intensidad de esos momentos son dados justamente por ese peligro. La pequeña boya súbitamente desapareció, violentamente tiré la caña hacia arriba sóolo para ver que mi anzuelo estaba limpio de toda carnada; mientras volvía a encarnar, imaginaba que el animalito con su habilidad había esquivado la muerte y llenado su panza de lombriz. Tiré la boya fosforescente para volver a probar mi suerte y la del animalito. ¿Sería conciente que lo rondaba una muerte artificial? Me sonreí pensándolo mientras llenaba el quinto mate sin sentir el efímero bienestar del primero. La boya desapareció y yo repetí la acción de tirar para arriba la caña. Mientras sacaba con inútil cuidado el anzuelo de su boca, dudaba si sería el mismo que llenara su panza un momento atrás, o si era otro que distraídamente pasaba por el lugar y cedió a la tentación de un bocado fácil y todo terminó. Los mejores momentos, como éste que estoy pasando, pueden terminar por culpa de algo tan común como la muerte o la lluvia, murmuré, acomodando mi modesto y ya mojado equipaje. 

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