Al final terminé el cuento y quedé conforme, dentro de lo posible. ¿Y ahora qué?, me preguntaba sabiendo que ahora nada. El círculo se completa si alguien lo lee, eso es así de fácil, pensaba en voz alta mientras caminaba por caminar. Mendigo un lector o lo guardo y espero la oportunidad; suena muy iluso, mejor es olvidarlo. Se escribe porque no se puede no hacerlo, lo demás es verdurita, no importa, sólo se escribe y listo. O se escribe (como leí en algún lado) para que a uno lo quieran –me quedé prendido de esas palabras que me rasparon el alma. En ese caso (que es el que más me gusta), también debo buscar un lector.
Entonces salí a la calle a buscarlo. Reconocer a un lector por la calle es como reconocer a uno que le duela la muela, si no hace el gesto de la palma de la mano en la mejilla, cosa que no dice mucho, es imposible. Ver a alguien con un libro tampoco nos dice que sea lector. Con esos conocimientos buscaba.
Llamé a mi amigo Tito, sabía que no iba a tener problemas en venir y así fue. Siempre fue impuntual, lo sabía bien, pero era de una impuntualidad generosa, digamos: siempre llegaba media hora antes a la hora que le decían. Sabiendo esto, salí a la puerta unos minutos antes y él estaba fumando su flaco cigarrillo y mirando fijo al suelo. Lo saludé, preguntando qué miraba; me dijo sin dejar de mirar al suelo:
-A una paloma, pero se fue volando -levantó la cabeza y mirándome fijo a los ojos completó-. Viste cómo son.
-Sí, la verdad que vi cómo son -dije y abrí la puerta haciéndole el gesto para que pasara. Preparé el mate y él me pidió prender la tele; cuando llegué con el equipo preparado vi la tele apagada. Le pregunté porqué no la prendió y mirando por la ventana me dijo que se arrepintió pero que ahora se arrepentía de haberse arrepentido y puso un canal de música.
-Tito, sabés para que te llamé, ¿no? -pregunté mientras le alcanzaba un mate.
-Querés que lea algo. Supongo que ya saliste a buscar algún lector y te diste cuenta que no es tan fácil, que no se reconocen entre ellos como las embarazadas o los enanos. Es algo raro pero yo los veo, sé cuál es y cuál no. Es un don nada remunerado pero un don. No te vayas a creer que me gusta, nada que ver, lo cambio por una docena de facturas ya; pero como no se puede, lo sigo teniendo -dijo y me devolvió el mate sin tomarlo.
-¿No lo tomás? -pregunté sorprendido.
-Bueno, sí, te acepto unos mates -dijo y se acomodó en el sillón-. ¿Qué querés que lea? -apuró y prendió un de sus cigarrillos.
-Es un cuento sobre un tipo que quiere pintar la moto para esquivar ciertas sospechas que caen sobre él.
-Dicho así, muchas ganas de leerlo no me dan, si querés te consigo una enana embarazada y lectora, me va a costar menos -dijo y no entendí nada. Me arrepentí un poco de haberlo llamado, de mendigar que me lea. Con suavidad le pedí disculpas por haberlo molestado.
-Te voy a decir lo que pienso del cuento -arrancó, poniéndose de pié-. Está bien, te picó el bicho hace mucho y no vas a poder dejar de escribir te lean o no, es incurable. Vas a ver una escena y la vas a escribir y si no la vas a inventar, pero nunca la vas a dejar de escribir, le vas a destinar horas porque sí nomás, porque eso sos vos: si te leen bien y si no, también; vos vas a seguir. Dame que te leo el cuento y te digo lo que pienso -me devolvió el mate sin tomar y se dejó caer en el sillón.
-¿No querés mate? -pregunté sin tanta sorpresa.
-Bueno -contestó y se volvió a acomodar en el sillón.
Creo que Tito nunca dejó de tener razón.