Todos los fines de año en la escuela había tantas ceremonias que hasta los chicos menos obedientes tenían que firmar (mediante un acto solemne) un cuaderno grande y negro. Se los citaba a todos en la dirección y en fila pasaban a firmar bajo promesa de mejorar la conducta el año que empezaba. Más de una vez me encontré formando esa infame fila, pero la mejor vez fue cuando la directora tardaba tanto en llegar, que un amigo mío (el Flaco Lámina le decíamos) dijo con voz de indignación:
-Te firmo en este papel y después lo copias donde corresponda -y todos miramos a la maestra que abría la boca temblorosa.
-Usted espera en la fila callado y en orden, alumno -dijo con un hilo de voz. El flaco la miró fijo y le contestó entre sonrisas:
-Si yo esperara en perfecto orden no merecería firmar ese cuaderno, señorita.