Ahogando sus pasos en la alfombra se acercó al escritorio; su jefe lo saludó sin levantar la mirada de unos papeles. Él nerviosamente gesticulaba, tanto, que parecía no estar seguro de ser entendido con las palabras. Su jefe levantó la cabeza para darle sentido a los ademanes y para decir que “no” con palabras, y dar a entender que no le importaba con un obsceno gesto. Él paró de mover las manos en seco, quedó en una posición de karateca y lentamente fue bajando los brazos y el ánimo. Cómo cambia todo la realidad: Lucio tenía la escena estudiada, las palabras exactas, el énfasis justo y hasta la emoción que da la importancia a lo que se dice. Cuando imaginaba toda posible contestación, sabía lo que tenía que decir, y un “no”, rápidamente dicho, es lo que más había imaginado. Lo que lo descolocó, lo que lo desarmó fue el desprecio con que fuera dicho, eso sí que nunca lo pensó.
Aceptó la derrota inicial pero la supo transitoria; iba a volver con más lucidez verbal. La bronca de su pisada la apagaba la maldita alfombra. Llegó en silencio al escritorio; su jefe lo esperaba con su incansable desagrado. Cuando Lucio terminó de pedir el aumento, su jefe empezó a decir que se paga por lo se trabaja, como olvidando la posibilidad o no teniendo en cuenta la injusticia.
Lucio sabía muy bien que su trabajo valía mucho más que su salario. Y que el mundo es injusto también lo sabía, pero no tenía tiempo de pensar semejante ideas: su mundo es lo que lo apuraba, sus miserias lo acorralaban, no eran solamente económicas, o no eran lo que le interesa pensar en el momento del pedido. Miseria por sentirse sólo en su manera de pensar, por ver la estupidez obscena del que se piensa por encima. Lucio, ya en su casa, trata de no pensar en el almacén, trata de no tener la solución a una botella de distancia. Lucio sabe que no se trata de tratar; toma su billetera y sale a su miseria, a su infierno.
Se detiene antes de poner el pie en la alfombra, se agacha y, con enajenada decisión, levanta la punta y tira hacia el costado. Su jefe lo mira y toma su celular.
Después de dos meses de suspensión vuelve a su puesto, se arrepiente, sabe que va a cuidar más que nadie su lugar, lo que hizo no está bien, aunque lo sienta liberador, aunque lo sepa gérmen de su terrible próxima idea.