A riesgo de que entren mosquitos abrí la ventana, es que el calor era insoportable y afuera corría un vientito redentor. En esos días en mi ciudad, la temperatura llegaba a los 40 grados casi siempre, y las noches de tormenta eran una especie de bendición incompleta porque con ellas también llegaban invariablemente los cortes de luz; de ahí el hecho de abrir la ventana. Una de esas noches, en medio de una oscuridad pegajosa y siendo víctima constante de los mosquitos, sentí que algo volaba en mi pieza. Cerré los ojos pero mi escenario no se modificó en absoluto, sólo que algo caliente rozó mi pierna. Quise que vuelva la luz pero la realidad no. Me tapé con una manta liviana a modo de escudo, empecé a transpirar y sentí un mareo que me asustó; me levanté y, tanteando el camino, llegué al baño, ignorando con intención el agua caliente abrí la fría. Todo en mi cuerpo era placer, excepto una molestia en mi pierna como un ardor, que no me dejaba el placer completo. Salí; por no repetir, me fui a acostar al sillón del living. Un desvelo tan inesperado como lúcido me hacía sentir preciso, fuerte y mis indelebles dolores apenas eran un lejano recuerdo. La falta de luz no impedía que todo lo pudiera ver con una nitidez asombrosa. Estaba descubriendo mi estado cuando sentí algo en mi brazo y pegué fuerte un golpe, pero sólo sentí húmedo y hasta hoy no sé porqué pasé mi lengua por la humedad, lo que sí sé es que un sabor intenso y metálico lo cambió todo.