Tres minutos

Las personas felices / No tienen historia.
Nina Simone

Se despertó sin necesidad de abrir los ojos y así se quedó, regalándose diez placenteros minutos de letargo. Recordó, con una nitidez que lo incomodaba, una conversación que había tenido un mes atrás. La escena tan típica de una pareja que se dice adiós en cada gesto, que saben lo vano de cualquier intento, que están seguros que todo terminó. En un momento, ella dice: “Es mejor dejar que pase el tiempo”, y fue en ese instante en que él se quedó pegado a esas palabras, “dejar que pase el tiempo”, como si pudiera hacer otra cosa, como si pudiera detenerlo. Sonaban esas palabras en su cabeza, más por su melancólico tono que por su contenido. Aunque el contenido es lo que hizo que no pueda seguir hablándole, el tiempo rompe la magia que una vez creíamos tener; si se pudiera detener el tiempo, si pudiera sentir algo cuando me muestras que no sientes nada, se dijo en voz alta y se levantó cuando se cumplían siete minutos de los diez que se regaló, jurándose que cuando llegara del trabajo se iba a dormir una larga siesta, la más larga que pudiera. Siempre pensaba eso y después no dormía nada. El trabajo era tan mecánico que no requería nada de concentración, y más de una vez pensaba que Marx, si lo hubiera conocido, no hubiese dicho eso de que todo trabajo mata la facultad de pensar; ojalá fuera así se decía, en ese caso no tendría que volver, como cada vez que se despertaba, a la misma escena, a la misma silenciosa despedida. 

Se despertó sin necesidad de quedarse en la cama, pero se quedó tres minutos y pensó lo que había pensado hacía un mes. La escena de un hombre que está mar adentro y varios tiburones lo rondan y, sabiendo que es inútil, hace un esfuerzo desesperado por huir. O el hombre que intenta correr sabiendo que el león que lo sigue lo alcanzará sin ningún tipo de dudas, pero él corre y el otro nada –lo hacen por instinto de sobrevivir. Entonces él le decía que podían seguir y ver si todo se acomodaba, que el tiempo pasara pero juntos, que era algo del momento, sabiendo que el león o el tiburón jugaban con ellos. Su sonrisa triste puso el final que él no se animó a poner. Fueron los peores tres minutos acostado. Se levantó jurándose no regalarse ni un segundo cuando se volviera a despertar, pero le esperaba el ocio de su trabajo. 

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