Vacaciones

Una sonrisa sutil de Mona Lisa se adivinaba en mi cara cuando alguien me decía cómo la estaba pasando. Estoy segura que nadie supo nunca lo mal que la pasaba en esos días. Un poco de orgullo por saber guardar un secreto en el momento que éste me hacía sufrir tuve y tengo ahora al recordarlo. Creo que fue en esos tiempos que me di cuenta que podía hacerle creer a todos algo que no siento, de hecho lo venía haciendo todos los veranos. Me gustaba pensar que los viajes tenían sólo como motivo lo bien que me hacían sentir al regresar, supongo que era muy parecido a lo que sentían mis hermanos a la hora de partir. Cuando estábamos a punto de llegar (después de que mis hermanos preguntaran mil veces cuanto faltaba) todo era euforia, nerviosismo inaguantable, pero yo aguantaba, no sólo eso sino que fingía, disimulando mi invariable desagrado; hasta más de una vez llegué a conseguir que mis padres me dijeran que me calmara un poco. Nunca sospecharon de la repulsión que tuve y tengo por las vacaciones, sólo por mi capacidad actoral, teatral o lo que sea. Siempre fui creíble para mis padres, pero pocas veces fui veraz. Sabía que eso me iba a servir en algún momento. 

Hoy, después de treinta años de lo que escribo, pienso que el momento iba a llegar; mi padre estaba acostado, sufriendo una enfermedad que no quería irse, con su mano en mis manos lo miraba. Sólo me salio agradecer porque todos fueron buenos momentos juntos, él se sonrió levemente, mejor que la Mona Lisa y dijo: “Ni me estoy muriendo ni todos fueron buenos momentos, lo sé. Siempre te agradecí en silencio tu capacidad, cuando salga de esta nos vamos unos días al mar, yo invito”. Creo que creyó la expresión de mi cara porque se río muy fuerte, muy poco sutil. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio