—Siendo malos poetas, podemos decir que era oscuramente deslumbrante. Y, siendo realistas, tenemos que decir que lo invadían a diario ideas insanas —dijo el conferencista y miró a la gente, que se mantenía en un mutismo que incomodaba. Trataba de provocar alguna reacción, alguna pregunta.
Uno del fondo se para y sin micrófono grita:
—Creo que el oxímoron de oscuro con deslumbrante no produce el más minino halago intelectual, y la verdad que decir que lo invadían ideas insanas a alguien que se suicida es casi obsceno.
El conferencista, desentendiéndose, ordena unos papeles y lee: “Jugaba con la tentación de ser desdichado”.
—¡Caradura! —gritó, ahora sí con micrófono, el mismo del fondo. Y agregó—: Se tiró del octavo piso, ¿y vos nos decís que jugaba con la idea de ser desdichado?
—Solo trato de contar la vida de este gran cineasta, tratando de entender su alma, desmenuzar sus películas y ver cómo su vida tiznaba su arte —dijo y su voz quedó flotando en el salón. Sabiéndose dueño del silencio, continuó—: Se entiende entre líneas o en algunas escenas, su idea sobre la depresión, su visión sobre las drogas, el capitalismo, la paternidad y demás temas que le obsesionaban.
Habló sin interrupciones durante media hora más y recibiendo un tímido aplauso dio por finalizada la charla. A la salida algunos pocos lo esperaban para unas fotos pero rápidamente quedó solo esperando su taxi. Una sombra se materializó en persona y él supo inmediatamente que era el impertinente del fondo.
—Le voy a dar un dato que pueda valer la pena. Si quiere también le sugiero como título: “Herencia de suicidio” —dijo el del fondo con la vista vacía de alma.
El conferencista no tenía duda que el que le hablaba no estaba en sus cabales, y solo quería que el bendito taxi aparezca para salvarlo de lo que podía llegar a pasar.
Y el taxi apareció. Saludando torpemente se subió. Cuando terminaba de acomodarse y el auto arrancaba, escuchó nítidamente un disparo.
El conductor agachó rápidamente la cabeza y aceleró.