Lágrimas en sueño

El auto se desliza despacio por la oscuridad reluciente del pavimento, lento, como si hiciera un inventario, hasta que frena debajo de un foco anémico. Claudio se dispone a leer hasta quedarse dormido. Reclina el asiento. Pasa un largo rato solo mirando las letras sin leerlas, sin darles un sentido. “El frío corta sin que nos demos cuenta” lee de repente en voz alta, antes de cerrar el libro y dejarlo, con un cuidado innecesario, en el asiento de atrás. 

Se dedica a mirar la lenta llovizna y a fijar la vista en ninguna parte.

No puede evitar pensar que pudo haber hecho algo distinto, e imaginar la consecuencia de actuar como le hubiese gustado. Pero la vida sorprende y actuamos como nos sale, y después nos juzgamos como queremos.

Su amigo lo llamó tarde en la noche y él supo, sin dudas, que en su voz había desesperación. Que le pedía auxilio hablando de otras cosas, que la soledad y la depresión son situaciones que no deberían juntarse. Supo, y subestimó, que lo cotidiano no se iba a modificar si él se desentendía del grito silencioso y solapado de su amigo. También supo que ahora su amigo peleaba por su vida en un hospital de provincia y que él miraba indiferente una lenta y fría lluvia.

Cuando se iluminaba el celular anunciando un mensaje, un miedo indecible lo paralizaba. No quería leer una mala noticia de su amigo. No quería que pasara lo que no dejaba de imaginar, lo que pudo haber evitado.

Lee en la pantalla un mensaje de su mujer preguntado trivialidades que él agradece con una sonrisa triste. Se da vuelta toma el libro, y se queda mirando la tapa sin poder sacarse de su cabeza la imagen de Manuel, con su sonrisa ancha, su bigotito isósceles, sus escasos cabellos, en el que se adivinaba, un peinado que intentaba vanamente poblar toda la cabeza, y sus ademanes afectados. Tira el libro al asiento de atrás sin cuidado alguno y enciende el auto. 

Ya en su casa y desatendiendo todo lo que su esposa Natalia le dice, se acuesta mirando el techo como si nunca lo hubiese visto. ¿Cómo dormir sabiendo que Manuel estaba internado? La vulgaridad de lo cotidiano sigue, como un látigo que no podemos evitar que nos lastime. Se levanta cuando su esposa se acuesta. “Si había una noche propicia para no dejar el alcohol era ésta”, se dice mientras se sirve el tercero y desbordante vaso de whisky. En su sillón, busca el alivio del sueño con desesperación y llorando silenciosamente se duerme. A la mañana despierta con su cara mojada, como si hubiese estado bajo una lenta llovizna.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio