Intemperie

Llueve como si quisieran lavar mi ciudad. Llueve y yo acá sentado, con ganas de hablarte, de decirte que siempre supe todo, y hasta te agradecía en silencio y te culpé en público. Te culpé por dejarme solo. En la peor soledad, esa, la que deja la muerte inapelable, injusta, y a la que vos esquivabas con tus silencios y alegrías, con tus comentarios ácidos donde no cabía más que una sonrisa o directamente una carcajada, no importaba el lugar donde estábamos. Siempre pensaste que de lo único que uno no se debe reír es de aquello que no le causa gracia. Simple. Que de lo que se trata es de ser feliz, pero mirando a los costados y eso sí que es complicado. Ayer vino tu amigo el cura, solo a compartir mi silencio, y me trajo recuerdos de tus discusiones con él, tu manía de poner en jaque a su Dios y su humilde fervor y la oratoria acorralada, hasta que sacaba su bendita carta marcada, esa de la fe que vos tanto esfuerzo hacías por tener, que tanto le envidiabas, que nunca pudiste sentir. Sé que la admiración entre ustedes era mutua y en su piadoso silencio me muestra su dolor. Cierro los ojos y te veo volviendo de donde estés, yendo a la iglesia para darle la razón o no, pero más que nada para reírte de todo lo absurdo y maravilloso que fue este mundo.

Escribo cerca de la ventana y miro la lluvia a cada instante. Tiene algo hipnótico que se rompe a cada recuerdo. 

A veces venía el cura y vos le agradecías más por no decirme que por haber traído el chocolate. Y es que, si yo sabía, no iba a comer la comida que tanto te gustaba cocinar. ¿Cómo parar los recuerdos? ¿Cómo invento una vida sin vos?.

Mi alma en la intemperie no busca refugio, y solo tiene ganas de ver llover como si quisieran lavar mi soledad. 

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