Iba intentando caminar despacio, pero un algo me apuraba, como empujado por un fantasma o con los pasos firme de quien baja una pendiente. En algún nefasto momento la punta de mi zapatilla hizo contacto con una piedra, esta con diabólica puntería golpeó violentamente la puerta de un auto. Me quedé quieto y puse esa cara rara que uno pone cuando ve que van a reventar un globo. Si Dios existe en el auto no debiera de haber nadie. Pero… o no existe o tiene un encono conmigo, porque del auto bajó un hombre que no dejaba de incorporarse nunca, creo sin exagerar que dos metro medía descalzo.
—¿Qué hacés? —me pregunta con tono asesino.
—Camino porque no me alcanza con la dieta —contesto no solo sin mentir, sino con cierta alegría por su interés.
—Me parece que querés terminar la dieta en este momento —dijo y sentí que leía mi mente. Me avergoncé pero le dije que sí—. Acercate un poquito —balbuceó y reconocí esa forma de decir.
Mi tío siempre creyó que yo era muy inocente. Entonces me contó sobre formas de decir, y lo mejor para eso es llevar una Ballester Molina escondida debajo de la camisa.
Él cambió velozmente su tono y hasta me dijo que estoy de buen peso teniendo en cuenta mi altura. Le dije de salir a caminar juntos, pero la verdad no entendí nada. Desapareció antes de que le pueda pedir perdón por el piedrazo.