Ricardo temblaba debajo de la frazada. El frío de su habitación penetraba cualquier tela. Jurándose llamar a un plomero y arreglar la estufa se durmió.
A la mañana se abrigó tanto que sus movimientos eran lentos, como un astronauta en pleno alunizaje. Cruzó el living, se sentó en el sillón y marcó el teléfono del plomero. Cuando sonó el timbre el pudor hizo que se sacara al menos la campera y un buzo. Un hombre despeinado con intención, mameluco que alguna vez fue azul y una caja que a simple vista se notaba pesada, saludó, comentó y preguntó:
—Hola. Hace más frío que afuera. ¿Dónde está la estufa?
El hombre sacó con mucha facilidad la chapa que recubría la estufa dejando a la vista todo su interior. Empezó a destapar unos cañitos culpables de todo el problema mientras comentaba que había dejado a su gata sola y que la pobre se deprimía al no tener con quién hablar. Ricardo creyó escuchar mal. Murmurando una innecesaria disculpa se fue a preparar el mate. Tomó el primero, que automáticamente escupió en la pileta. Cuando cebaba el segundo, el hombre se acercó con su caja y le dijo:
—Ya está todo. Era un inconveniente chico que generaba un problema grande. El frío es feo; mi gata lo odia. Siempre me dice que no hay nada como estar al sol.
Esta vez Ricardo escuchó y sintiéndose el más ridículo del mundo preguntó:
—¿Usted me dice que su gata habla?
—Bueno… en realidad le decía que mi gata odia el frío. Que habla pensé que ya se lo había comentado. Sé que no es común. No soy tonto pero los felinos son animales superiores y con alguna dedicación pueden aprender a hablar. Y eso que le hablo de un simple gatito. Ahora estoy en un proyecto grande aunque no tan a mano.
Ricardo sintió miedo y pagó lo más rápido posible, sin esperar el vuelto, abrió la puerta y le dijo que se guarde el cambio.
Durmió casi hasta el mediodía sin sobresaltos. A la mañana si-
guiente preparó el mate mientras miraba las noticias. Quedó duro cuando en la televisión mostraban, sin censura y con esa honestidad brutal que tienen las imágenes, lo que quedaba de un hombre entre gruesos barrotes.
El título en rojo con las imágenes de fondo decía: “Un hombre se acercó demasiado a la jaula de los leones, con un trágico final. Seguramente (especulaba el título) el alcohol o las drogas, quizás las dos cosas”.
—Sí, seguramente fue el alcohol. O las drogas —se dijo Ricardo chupando la bombilla y mirando por la tele un mameluco que quizás haya sido azul y que ahora se encontraba casi vacío, enredado en unos barrotes.