Tiza negra

Ricardo se siente muy solo acompañado de Laura su esposa, y muy acompañado pensando en Clara. Sabe que es un locura seguir adelante con esa aventura, pero ¿cómo renunciar? “Si pudiera hablarlo con Laura”, piensa y un frío terrible en el pecho lo acobarda. La llama y habla pavadas imaginando decirle que no puede más. Algo debe sospechar ella, está seguro (la nota muy inquieta, rara), pero decírselo directamente no puede. Una noche de mucho vino y poca comida. Cree que es el escenario ideal para confesar pero su persistente cobardía hace que continúe la sensación de que todo puede terminar muy mal. La ve muy tensa; esquiva su mirada sin disimular. No sabe qué decir. Intenta decirle que la comida está increíble (a modo de piropo) en el momento que recuerda que pidieron un pollo con papas al delivery. Ricardo por fin encuentra su resbalosa mirada y dice: 

—Laura no puedo seguir así —y escucha que la voz le sale demasiado afectada, como un mal actor de cine. De los ojos de ella caen rápidas lágrimas negras. Él no entiende esa reacción, y queda con palidez de estatua cuando Laura dice: 

—Me estoy viendo con alguien.

Ricardo sacude la cabeza a los costados como buscando a la persona que mira a su esposa, inmediatamente se da cuenta de su estupidez y se siente ridículo, respira hondo, lo invade un fugaz y terrible mareo, que lo hace tomar su cara con ambas manos. Arruga la cara como quien ve a un perro que va a ser atropellado.

—¿Lo conozco? —pregunta por fin, simulando aplomo y mostrando una tranquilidad hipócrita.

—¿Eso que cambiaría? —pregunta ella, mirando su comida que casi no tocó. 

—No lo sé, tal vez le daría más morbo a la traición —dice Ricardo, con una sonrisa que es apenas una mueca. Volvió a cerrar los ojos y la imaginó besando a su mejor amigo. Con infinito sigilo se levantó y se fue.

Acodado en la barra de un bar, toma whisky con rabiosa lentitud, se mira en el espejo que está detrás del barman y ve unas arrugas profundas, marcadas, como corteza de árbol. Su cara muestra abatimiento; se nota envejecido. Pero lo que lo inquieta, lo que lo perturba, es que la imagen de Laura con su mejor amigo no solo lo golpea peligrosamente sino que despertó en él un sentimiento hacia su esposa que pensó más que dormido. Imaginó una vida con Clara y sintió asco. Juró no volverla a ver sin saber el porqué, pero estando seguro. Pensó en Laura y una lágrima rodó por su caliente cara. Pidió un café y se quedó mirando una pequeña pizarra, al lado del espejo, que con tiza negra (o eso creyó ver) decía: “El amor es peligro”. 

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