Diario de una colmena 

Piso primero B: “La superstición”

Pablo vive solo; es muy supersticioso, demasiado avaro y un poco católico; no sale nunca a la calle sin su reloj de bolsillo, que usa más bien de amuleto. Tiene la certeza que si comparte ascensor con la viuda del cuarto va a morir; lo tranquiliza pensar que nunca va a usar el ascensor. A la mañana temprano cuando sale para su trabajo siente que por las escaleras baja una manada de elefantes: son los del segundo, un nene y una nena que siempre andan apurados, seguidos por un hombre mayor que trata de despertarse mientras corre escaleras abajo; pasan indiferentes delante de él, gritando y acomodándose las ropas mientras corren. Es la escena de todas las mañanas. Es un eslabón más de la rutina, de la seguridad.

Un viernes Pablo tantea su reloj, cierra la puerta de su casa y baja las escaleras esperando el ruido de la manada, pero no pasa nada. Mira el hueco por donde siempre irrumpen con gritos, pero sigue sin pasar nada. Cree que es una mala señal, aprieta fuerte su bolsillo, siente que las cosas no están bajo control, que la seguridad que da la repetición se escapa; escucha tímidos pasos, sabe que no son los que deberían pero espera. Una figura lo confirma; tiembla y corre a su piso, sabe que va a faltar al trabajo; sabe, con el corazón desbocado, que se va a salvar de una desgracia. 

Piso segundo B. “La manada”

Juan atiende en una panadería, se jura todas las mañanas que va a acostarse más temprano. Tiene dos hijos: Laura que va a cuarto y se merece ir a sexto, y Lucio que va a quinto y no merece más. Su mujer lo dejó o mejor dicho los dejó, y a modo de chiste mandó una carta diciendo que era, entre otras cosas, por motivos personales. Juan tiene como recuerdo de ese abandono el principio de vivir apurado, desde que ella se fue no dejó nunca de correr, con la sensación que da la certeza de llegar tarde a todos lados. Juan dictó unas reglas para vivir en cierta armonía; la principal es que si uno se siente mal todos se quedan en casa (más que nada, porque otra cosa sería difícil de hacer); la menos importante, con más atención prestada, es que los viernes comían milanesas.

Lucio pensó que tan mal no está sentirse mal, no sólo porque no fue a la escuela sino porqué hoy toca milanesas.

Piso tercero A. “El mundo es un café”

Miguel extraña todo de México pero lo que más necesita es el café donde se encontraba con sus amigos. Siente culpa por pensar en dejar todo y volver. Acá le va muy bien, trabaja de lo que estudió, tiene a su hijo en una escuela paga y su mujer no necesita salir más que para hacer las compras. Le falta algo estando con la gente que más quiere. Sueña que vuelve a su lugar y es grandioso; se despierta y todo es perfecto pero no es su lugar. Baja despacio, tratando de cambiar el humor, cuando ve en el último piso a Pablo entrando rápidamente en su piso sin dar tiempo ni a saludar. Tentado a tocarle timbre, sigue con su modesto exilio. Llega a la panadería y, a falta de Juan, lo atiende de muy mal modo una mujer obesa con la cara colorada y mojada de transpiración. 

Piso cuarto D. “Etapa cuatro”

Susana vive con su gato a quien le habla casi sin parar, aunque hace unos días que casi no le habla, siente una tristeza que la mantiene cansada todo el día, no la acecha la locura como hace un tiempo, ni si quiera puede estar enojada por más de unos minutos. Todo es lento en ella. Creyó poder estar mejor cuando recuperó cierto control sobre su vida, cuando desechó la idea que se podía haber actuado diferente, que podía haber sido más buena con él, cuando aceptó que ella nunca pudo evitar el accidente. Aparecen pensamientos tan oscuros como inquietantes; acaricia la idea del suicidio con alivio. Sabe que es un acto egoísta, Beto (su gato) quedaría solo y tal vez no tenga la fuerza para sobrellevar el duelo. Escucha música del piso de arriba, es un sonido como de ollas que se caen sin terminar nunca; la distrae un poco, aunque no puede entender cómo alguien puede escuchar eso y a ese volumen. Se enciende una chispa de curiosidad por conocerlo, sólo una chispa que no alcanza para salir de su piso, que no llega a restar nada del silencio que invade su vida.

Piso quinto A. “Pasión”

Pedro insiste con los ensayos, sabe que si deja la música deja en gran parte de ser él. La vida se empeña en que haga otra cosa y de a poco se va cansando, resignando, muriendo en lánguidas cuotas, pero en ocasiones como la de hoy se levanta con ganas, con ganas de esperar que se abra una puerta donde sólo se ve una pared, y es cuando pone la música fuerte, cuando se olvida que para vivir hay que vender ocho o más horas de vida y hacer algo que en gene-ral nada tiene que ver con nosotros. Hoy se siente bien, prende un cigarrillo, abre la puerta y ve como una mujer baja tapándose la cara, con pasos ligeros se pierde por las escaleras. Como un impulso la sigue, baja apenas unos escalones cuando escucha el maullido de un gato tan parecido a un bebé que se queda quieto para sacarse la duda. Gato, se dice, y ya no pudo alcanzar a la mujer. 

Piso sexto C. “Mil veces”

Elena sabe que más de uno en el edificio lo sabe. Sabe que no puede salir sin los antejos de sol por más que sea de noche, sabe que debe maquillar las huellas de su marido; él la quiere por eso lo hace y ella lo sabe de tanto escucharlo –Elena sabe todo pero le duele. Ahora tiene miedo, porque está embarazada y él no lo sabe, él solo la golpea e inmediatamente promete que no lo va a hacer más, pero Elena sabe que va a volver a hacerlo una y mil veces más. Baja con miedo y ve al chico del quinto fumando, siente una seguridad olvidada, adivina que la sigue, apura el paso con ganas de ser alcanzada, con ganas de preguntarle por qué se siente culpable. Sola en la plaza, tiembla de impotencia. 

Piso séptimo D. “Ocupando el vacío”

Marcelo no piensa en depresión, la empresa lo suspendió por un unos meses, sólo eso. Tiene miedo al tiempo libre, entonces mientras espera el llamado vende perfumes puerta a puerta, nada de ascensor así de paso hace un poco de ejercicio; cuatro por piso y empieza en el último el décimoprimero; se tiene fé, sabe que con buen precio y paciencia puede llegar a ganar algo. Se levanta bien temprano y sube los cuatro pisos, regula la respiración y toca el primer timbre del primer día de trabajo. Nada hasta el piso noveno D (solo el detalle del décimo A, que agradeció sin comprar como si le hubiese salvado la vida), un hombre en silla de ruedas lo hace pasar, con amabilidad y ademanes visiblemente afeminados huele casi todos los perfumes, teatralmente elige tres. Invita un té y Marcelo acepta, contento con la venta. Habla demasiado, se da cuenta y calla, saluda y sigue. 

Piso octavo D. “Imitar al Rey”

Para Alejandro, Elvis no es sólo inspiración, no fue sólo un cantante con carisma; para Alejandro, Elvis es una guía: imita sus gestos, su ropa, cuando está con sus amigos y en la soledad de su casa. El tema del pelo es lo terrible, tiene poco y más bien atrás, casi en la nuca, las famosas patillas la trata de seguir con muchos cuidados, pero sabe que no depende de él. Cuando se lo escucha hablar uno puede decir que se conoce muy bien las más de treinta películas y todos sus discos. Cuando era joven y lo escuchó por primera vez supo que su vida iba a cambiar, cuando lo vio dejó de ser él para vivir a su sombra. Alejandro es dueño de una ferretería que heredó de su padre; la atiende con desgano creciente. Alejandro se ceba un mate espumoso y dice, en el silencio de su cocina, “a Elvis le hubiese gustado tomar mates”. 

Piso noveno D. “Sin máscara”

Felipe vive con unos ahorros; no sabe qué va a hacer después; ahoga malos pensamientos mirando series de televisión. Desde niño prevalecieron en él el buen humor y una manera tan afectada al hablar que no fueron pocas las veces que lo pensaron gay. Él lo supo siempre pero nunca hizo el menor intento de cambiar sus formas y, mucho menos, dar explicaciones. Su inquebrantable buen humor se interrumpió cuando una rara enfermedad lo dejó sentado en una silla de ruedas para siempre. Lloró y aceptó; ahora lo que lo acorrala son los ahorros que se le van como el agua en las manos, tendría que estar asustado, mal por su estado, pero no está mal; tiene buen humor, aunque no debería; tampoco debería gastar en perfumes pero se dejó llevar y no se arrepiente. Piensa en Juan, en que podría cuidar a sus hijos si necesita, así podría ganar algo, sabe que en silla de ruedas y con su manera afeminada es difícil; sigue habiendo gente que esquiva tener trato con él, pero él no sabe ni quiere ser de otra manera, sería usar una máscara, sería no ser él.

Piso Décimo A. “Teatro cotidiano”

Leandro se destapa un vino y sin mover la copa en redondo, ni poner toda la nariz dentro, ni mirarla tras luz y mucho menos mantener el vino dentro de la boca un rato como evaluándolo, toma, traga y sin ceremonia vuelve a servir y a tomar. Natalia lo mira con inquietud y simula; llega tarde para encontrarse con su amante, saluda apurada y entra en el ascensor, frena en el octavo y sube una caricatura que Natalia no puede saber de dónde conoce. Se mantiene en silencio, íntimamente sabe que actúa todos los días para ver a su amante, que su marido toma demasiado porque le cuesta actuar para engañarla y que la caricatura que está con ella actúa ser otra persona, un días más de su teatro cotidiano. 

Piso cuarto D. “Perfume”

Susana no recuerda qué perfume usaba él y siente culpa. Marcelo adivina un malestar en su mirada y trata de suavizar la situación diciendo que muchos son parecidos, que hasta él no sabe bien los nombres. Susana dice que es un aroma muy reconocible y Marcelo dice que en su piso tiene más muestras, que tendría que ir una tarde y, más tranquila, intentar dar con el perfume. Susana, vencida e íntimamente avergonzada, asiente. 

Piso Primero B. “Entusiasmo” 

Uso Chrome d’Azzaro, dijo Pablo como quien confiesa un pecado, y Marcelo aseguró que tiene pero en su piso. Además, si no recuerda mal, lo tiene en oferta cosa que a Pablo le entusiasma de forma desmedida y le cuesta disimular. Pablo quiere saber cuándo puede ir a buscarlo y Marcelo, mirando su reloj, duda mientras dice que en un par de horas.

Piso quinto A. “Ensayo”

Pedro de lejos cree ver a la mujer que intentaba alcanzar; de cerca está seguro que es ella, se sienta en el mismo banco y sin esfuerzo puede ver que los antejos no son suficientes para tapar el asesino moretón que pinta la periferia de sus ojos. Ensaya un comentario que interrumpe por la mitad, entonces mira el dolor en su cara y le duele, dice en voz baja que él tampoco puede acomodarse en este mundo, y la invita a su piso, a su incomodidad, le asegura que tiene días que se siente bien, que le dan fuerza para seguir. La mira como nunca miró a nadie para decirle que la espera en una hora en su piso. 

Piso cuarto D. “Una tarde tranquila”

Susana espera un par de horas y no soporta las ganas de ir a ver cuál era el perfume que usaba, no puede creer que desaparezcan de esa forma los recuerdos, que se pierdan sin que ella haga nada; entonces sale decidida de su piso como hace tiempo no hace y llama al ascensor; entra y aprieta el siete. Espera subir pero baja. 

Piso primero B. “Un par de horas”

Pablo sin pensar llama al ascensor, está entusiasmado y muy apurado por ir a buscar el perfume, por saber que lo va a pagar más barato (una emoción desmedida y, a la vez, culpable de su funesto descuido). Se abre la puerta y entra mientras se da cuenta que la viuda del cuarto se hace a un lado, palidece; la puerta se cierra y no tiene duda que va a morir: siente opresión en el pecho, un zumbido en los oídos lo aturde, se marea hasta el punto de dejarse caer en el piso. Susana se agacha para levantarlo y siente, recuerda, pregunta, ¿es Chrome d’Azzaro el perfume? Pablo súbitamente se siente mejor y asiente. 

Piso sexto C. “Culpa”

Elena mira la hora, falta poquito para ir, se muere por fumar pero le da miedo hacerlo en su estado; es momento de cambiar de vida o, mejor, es momento de tener una vida, piensa y se toca la panza. No quiere ni imaginar ser golpeada en la panza, no quiere pero sabe que va a pasar. Tiene que hacer algo; si no, es culpa de ella. Cinco minutos para el encuentro con el del quinto, minutos para decidir por ella y por su hijo. La palabra hijo, aunque no dicha, le hizo temblar el mentón, la paralizó. Su marido entró y Elena sintió culpa por pensar abandonarlo. 

Piso segundo B. “Tiempo libre”

Juan siempre pensó lo lindo que sería tener un poco de tiempo para poder leer más de dos líneas de su un libro sin dormirse antes, o ver un poco de tele. Tenía pensado hacer muchas cosas cuando parara un poco de correr, hoy viernes sin ir a la panadería y con Lucio en cama sin que sea nada grave, tiene su bendito tiempo y la verdad le incomoda, porque no sabe qué hacer; no tiene ganas de nada, ni leer ni tele ni nada. Sale al palier a fumar cuando ve que a paso lento sube Miguel, que le pregunta si piensa volver a la panadería. Juan adivina cierto cariñoso reproche en la pregunta, y haciéndose a un lado de la puerta lo invita con un café. Miguel sonríe y entra.

Piso décimo A. “Decisiones” 

Leandro necesita un trago, eso no sería nada si no fueran las nueve de la mañana; necesita calmarse, eso sería fácil si su amante no estuviese embarazada. 

Necesita el divorcio pero no sabe pedirlo. Se asoma a la ventana abierta, se asoma a una posibilidad de terminar todo, lo asusta y lo alivia.

La idea dejó de ser un juego desde la noticia del embarazo; está cansado de necesitar cosas, no ve la salida y el alcohol embrutece sus decisiones. Se sienta en la ventana con una pierna colgando al vacío, que fácil es la salida, si no sale es porque no quiere. La copa de vino tiembla en su mano. Recuerda que una tarde, a la sombra generosa de un viejo ombú, dio su primer beso. Sonríe, tira la copa decidido a hacer lo mismo con él cuando suena el timbre. Nunca supo porqué atendió. No compró perfume, compró agonía. 

Piso noveno D. “Una charla llevadera”

Felipe escucha cómo Juan le habla apurado diciendo que está con “gente” y ahora no puede atenderlo. Felipe sabe que es mejor que se vaya sin decir nada. 

Felipe está en la puerta del departamento, con la concentración necesaria para no pensar en nada, en los brazos siente el conocido hormigueo más por repetir movimientos que por el esfuerzo. El sol tibio de agosto le entrecierra los ojos adormeciéndolo. Una mano lo palmea en el hombro y él se sobresalta: es Alejandro que lo saluda, y Felipe, con su humor que nada tiene que ver con su realidad, saluda. Cambian lugares comunes, risas espontáneas y una charla que lo lleva a Alejandro a empujar la silla de Felipe hasta su trabajo, a unos mates compartidos, a otra charla que lo lleva a Felipe a trabajar en la ferretería, a acomodar su humor con su realidad. 

Décimoprimero C. “Reina”

Me llamo Isabel, y soy la responsable de casi todos los comportamientos que acabo de escribir. Igual, ahora quiero contar otra cosa, algo de mí: desde chica poseo la fantasía de conocer todas las casas por dentro, ir caminando por mi ciudad, tocar el timbre de una casa, entrar y ver como está todo, quién vive, qué hace, todo, salir y entrar en otra. No me cansaría nunca. 

Cuándo dejó de ser fantasía para ser una obsesión es un tema delicado y los temas delicados me dan morbo, así que lo voy a contar sin sutilezas. 

Hubo un momento que podía entrar en cualquier casa con la excusa más tonta, y también llegó el tiempo que ya no me satisfacía solo eso. Quería dejar mi pasividad, quería dejar una huella. Pero no sabía qué era bien lo que quería y una obsesión que no se entiende bien es ridícula. Hasta que asustándome un poco me confesé, que lo que yo quería era y es manejar los destinos de las personas, y para eso era necesario conocerlas bien. En mi barrio y con poca edad no podía hacer mucho; todo era lento, aunque algunas cosas llegué a hacer y sentía un placer terrible cuando unos de mis personajes actuaba como yo deslizaba que debía actuar, pero la verdad eran solo migajas de lo que buscaba, me sentía impotente de no poder modificar algo más fuerte. Entonces pasaron los años con progresos míseros, pero un día me toca vivir en el último piso de un departamento lleno de posibilidades, una herencia que me potenció al máximo. Lentamente empecé a modificar algo más fuerte, como siempre había soñado. Escuchar, ver y, sobre todo, hacerlo mientras no saben que lo hacía, eran acciones que me ayudaron y me daban placer. No anoté en este diario todos los pisos para evitar contar lo insustancial que puede llegar a ser la vida. Decir que Pablo es muy fácil de manejar, de mover como pieza de damas está demás; fue lindo verlo tomar el ascensor con la viuda, lástima que no pude estar dentro, pero como en este diario hay ficción, lo que pasó dentro me lo invento y me gusta; si no pasó así modifico la realidad, si total es lo que hice siempre. Aclaro que yo le pasé el dato del perfume que usaba a Marcelo y lo dejé que piense solito eso de ponerlo de oferta; me gusta que tengan ciertas independencias. Decir como modifiqué algunas conductas, o sea todas las que quise, es un poco largo y me gusta ser breve como intenté en cada descripción; solo escribo detalles que pienso valen un poco el morbo, eso de cómo me enteré del ascensor y la viuda estuvo bien, lo encontré en una plaza (mejor dicho, lo seguí hasta una plaza) y le pedí la hora; no pude evitar preguntarle por el raro reloj de bolsillo, me dijo que le traía suerte, que sin él no salía. Sabiendo que si le decía algo parecido de mí iba a confesar más, dije cualquier pavada; recuerdo algo como que si no me ponía tal remera cuando salía para el hospital a ver a mi hermana, podía estar la cosa peor. Hasta hoy recuerdo como le brillaron los ojos y, como una catarata, confesiones difíciles de entender salían de su boca, pero la que más me quedó fue la del ascensor y la viuda, seguramente por depender de mí que pasara.

Que Juan necesitaba un amigo es tan obvio que lo paso por alto, y Miguel no está mal, es alguien que precisa complicidad. Bueno, tan mala no soy, pero la verdad es que me aburre mucho hacer lo que se supone está bien, me quedo esperando el golpe, el remate y nada, todo suave, todo aburrido. No, la verdad no me gustó nada, tenía que mejorar y lo intenté. 

Elena es débil, fácil y está asustada por tantos golpes, pero noté cierta rebeldía, una fuga inminente, así que sólo bastó con decirle a la bestia de su marido que me cansé de verla con el del piso quinto, un tal Pedro, para que él haga lo que sabe hacer y no debe. Igual ella contó con sus minutos, ella sabrá.

Ojo, tengo mis debilidades, y las quiero contar acá en mi diario. No me avergüenza, son Elvis y sillita de ruedas. Elvis me parece genuino y no es chiste. Felipe es la contestación más fuerte al mundo, es decir, “me tratas mal; bueno, yo estoy bien”. Me gustan sus humores y sus formas, así que los junté, fue tan fácil como lindo verlo, como hice un supuesto bien no lo voy a contar, salgo de ese lugar.

Inducir a alguien al suicidio requiere de sus cosas, mañas, siempre el impulso está, sólo hay que potenciarlo al máximo y seguir hasta lo último, para dejarlo solo. Hablé con Leandro esa mañana y estaba terrible: olor a alcohol, nervioso, desalineado, en una palabra o en unas palabras, lo tenía en un puño. Dije algunas cositas infalibles para el teatral salto al vacío y me alejé. El azar juega y a mí me jugó una mala pasada, Marcelo toca el timbre cuando yo creía que ya estaba lo mío; cuando Leandro atendió supe que debía trabajar más, dilatar el placer no está tan mal, me dije a modo de consuelo. 

Bueno hasta acá escribo por ahora, hay muchas más conexiones posibles, el azar es mi competencia y no descansa, yo debería pero me obsesiona lo que pueden estar haciendo o lo que van a hacer sin que yo participe. 

Me siento rara, cansada, necesito que alguien me convenza de parar, alguien que me influya, me modifique, alguien como yo. 

La verdad es que no sé si es un delirio o algo que puede llegar a entretener a alguien, lo cierto es que nunca supe dónde me llevaba la historia y me dejaba llevar. No sabía en ningún momento si tenía una coherencia o mejor dicho no la tuve en cuenta, solo escribía y se unían los personajes, no tengo más interés que entretener a quien lo lea, con eso justifico el haberlo escrito y si no es así seguiré escribiendo sin justificación. 

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