Abuelo

Con los ojos cerrados, cejas alzadas y moviendo la cabeza como negando, escuchaba la música. Indiferente pero no ajeno a los cotidianos ruidos de su casa. El tango viejo en el celular nuevo de su hijo era perfecto. Con ese auricular lleno de colores, lo llevaba a una ensoñación futurista y agradable. Debía reconocer que a un botón de distancia de cualquier tango, es una ventaja que él nunca gozó, y el tiempo que dejaba iba a tener una inmediatez que a medida iba vislumbrando no podía dejar de admitir sus maravillas. 

Su nieto lo miraba con impaciencia, y él al notarlo sacó el billete más grande de su bolsillo y se lo dio para que fuera al kiosco con su amigo, y compre lo que quisiera. Calculó que después de escuchar la puerta cerrarse detrás de los chicos, iba a disponer de al menos dos tangos con ese sonido celestial.

Los chicos volvieron llenos de bolsas y masticando a toda velocidad. Él estaba en la misma posición. Cuando su nieto le habló para alcanzarle el vuelto, lamentó volver a la realidad. Con un gesto vago le dijo que se quedara con lo que le sobró. El chico miró fijo a su amigo que, con movimientos desesperados, escondía las golosinas hasta en las medias. El nieto mirando la plata sobrante sintió calor en las mejillas y una bronca dirigida a su aletargado abuelo. Es claro que de saber que la plata iba a ser toda para él, difícilmente compartiera tanto. Con un movimiento rápido y certero, recuperó su celular y auricular. El abuelo nunca iba a sospechar el porqué del enojo de su nieto. Se acercó al tocadiscos puso un disco que sacó al azar del estante, se acomodó en el sillón y a los primeros lastimeros acordes comenzó a llorar, sin saber bien por qué. 

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