Aceptación

Pudiendo dormir hasta tarde, Carlos se despertó temprano, costumbre que el trabajo dejó en su vida. Salió a la calle, miró su casa y volvió a entrar.

Media hora le llevó abrir un tarro de pintura, otra media encontrar un pincel y un trapito. Después salió y empezó a pintar la reja de la ventana. Pintaba con innecesaria lentitud, juzgó un hombre que lo miraba de la vereda de enfrente. Con barba larga desprolija, caótica, lo observaba y fumaba apurado. No pudiendo contenerse cruzó decididamente a preguntarle por qué pintaba de ese modo. 

Se acercó y dijo: 

—Hoy cumple su primer semana de jubilado, y no pasa un día sin que salga, mire su casa, entre y vuelva a salir para hacer alguna estupidez, perdiendo el tiempo como un inmortal. 

Carlos lo miró y se preguntó: ¿cómo sabe que me jubilé y cuánto hace de eso? ¿Cómo sabe que salgo todos los días a arreglar mi casa? Entonces preguntó: 

—¿Cuánto hace que no se afeita?

El hombre apretó su barba con una mano y tironeó suavemente hacia abajo no sin cierto orgullo, se sonrió y dijo: 

—No contestó a mi pregunta.

—Ni usted a la mía —se apuró a decir Carlos mientras deslizaba el pincel sobre la reja, indiferente al hombre. 

—Hay momentos en que, sin olvidarme de que nos vamos a morir, pienso que está bien hacer trivialidades —dijo el hombre con un tono de vieja amistad. Carlos lo miró y dijo: 

—Se llama aceptación, y eso de trivialidades habrá que discutirse. Quizás se me vaya la vida es esto, y a usted en espiarme. 

—Yo no lo espío, es solo que soy observador y muy bueno. 

—Está bien, hombre. No se haga problema y acepte. Hágame caso, que si no, le queda el suicidio en todas sus formas —le dijo Carlos, mientras le alcanzaba un trapito para que fuera limpiando, y así poder aceptar, pintando acompañado. 

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