El táper

Nos gustaba subir a la terraza y quedarnos quietos al sol. En esos días de invierno, el calor tibio nos hacía cerrar los ojos y relajarnos con placer. 

El día que pasó lo del táper estábamos en pleno trance solar. 

Con los ojos cerrados y en los arrabales de un sueño, siento que Lucrecia me llama con unos golpecitos en el hombro. Abro los ojos con pesadez y trato de enfocar mi nublada vista en el táper con tapa colorada que Lucrecia me señala y, que está en el umbral de la casa de enfrente. El tapial lo mostraba, lo ofrecía, haciendo pagar la culpa a su dueño por ese descuido. Era muy fácil pasar caminando, tomarlo y seguir como si nada. Y fue por eso que nos quedamos mirando a ver quién lo hacía. Los autos pasaban o frenaban como si nada, y más de un ciclista miró pero no frenó ni un poco, y eso que es justo en la esquina que hay un semáforo. Ese no es solo un detalle: es fundamental para que el premio sea visto. Un peatón con auriculares pasó, sin importarle lo que el mundo le ofrecía. Una pareja de ancianos estuvo tan cerca que era imposible no verlo, pero iban más preocupados y concentrados por cada paso que daban que por lo que podían llevarse. Una motociclista frenó se sacó el casco y clavó la vista en el botín, miró para ambos lados y acomodó el casco en mitad de su brazo. Por algún misterio, o por ser verdad eso de sentir que a uno lo miran, fue que levantó la vista y nos vio. Con Lucrecia desviamos la mirada pero no la convenció. Se subió a la moto y se fue sin nada. Un auto frenó y se bajó un hombre muy decidido, pateó las gomas del auto, se subió y siguió. Me aburrí de la indiferencia del mundo y me dediqué a cerrarle los ojos a mi sol. Creo que Lucrecia sintió lo mismo porque ya no estaba al lado mío cuando abrí los ojos.

Me pasé la mano por la cara y, al encontrarme solo, bostecé exageradamente.

Por curiosidad miré la casa de enfrente y ya no había táper. Era obvio que alguien se lo iba a llevar. Pensé en preguntarle a Lucrecia si ella había llegado a ver la escena (creo que no, si no me hubiese pegado un codazo en medio del hurto) o si sabía algo, pero me olvidé del tema. 

Había un sol radiante en uno de esos días fríos, ideal para ir a la terraza y cerrarle los ojos al sol. En eso estaba cuando escucho la voz de Lucrecia diciendo que traía mate y unos pastelitos. Sin abrir los ojos sonreí y agradecí. Me alcanza un mate con unos golpecitos en el hombro, abro los ojos y enfoco mi nublada vista en el mate, en su hermosa cara, y en un táper de tapa colorada, lleno de pastelitos. 

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