La edad de los nombres

Para despejar su mente del laberinto de las discusiones, salió a la puerta a fumar un cigarrillo. Escuchó un disparo cerca y supo que iba a ser contestado por otros. Cuando el ruido ya era amenazante decidió tirar el cigarrillo y entrar.

Marisa siguió con su duro argumento como si él no hubiese salido. Sonrió pensando que era mejor perder una discusión a la vida por una bala perdida. 

Esa risita hizo que Marisa usara un plato como proyectil y, él terminara en un rincón debajo de las escaleras con el labio partido cubriéndose la cabeza por si venían más. Marisa entre sorprendida por su reacción y, con resto de enojo en su alma se acercó a él gritando su nombre 

—Raúl, no te hagas la víctima y levantate de ahí. 

Raúl se levantó y la miró con feroz lucidez, apretó su puño y en silencio salió otra vez a la puerta. Prendió un cigarrillo cuando ve que un auto que se acerca lentamente, pasa por su lado con los vidrios oscuros. Aguanta el miedo y chupa el cigarrillo fuerte. Se relaja cuando el auto se pierde en la oscuridad. Pasan dos minutos cuando ve y, está seguro que el mismo auto se acerca a él. Asustado entra a su casa. Marisa lo mira y dice burlonamente:

—O fumas rápido o te gusta comer platos. 

Él se da vuelta y camina lento hacia su habitación cuando escucha que ella agrega: 

—Siempre fuiste un cobarde infeliz. 

Giró, la miró a los ojos y le preguntó: 

—¿Esto es por haber elegido el nombre de nuestro hijo? 

—¡No! —gritó ella— Pero odio que le hayas puesto nombre de viejo. 

—Nombre de viejo —repitió Raúl, incrédulo. Y se fue a acostar.

Boca arriba con oscuridad absoluta Raúl intentaba dormir, pero un ruido lo inquietaba. Un roer y chillidos indudables de ratas lo hicieron salir corriendo. Cuando se acostumbró a la luz de la cocina, la miró y se acercó. Ella lo abrazó y él le dio la razón sin decirle. Con ella no era feliz y… lo demás. 

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