Las nubes de Botero

Un día de tormenta llegó tarde y lleno de inverosímiles excusas. Que la lluvia tecleaba fuerte en su techo de chapa y no escuchó el despertador; que perdió el colectivo por buscar una palabra; que buscó las llaves como un loco y las tenía en su mano. Dijo esto mientras tiritaba como si le hubiesen tirado un paquete de electricidad encima. 

En la oficina aleteaban las palabras antes que el jefe las dijera, o al menos eso sintió él. Pero el jefe no dijo nada. Miraba por la ventana, con una atención desmedida, a las nubes nómades de la mañana. Cuando estaba por decirle que tardó porque su canario tuvo un violento episodio de asma, el jefe, sin dejar de mirar por la ventana, habló por fin. Dijo: 

—Son nubes gordas, como las haría Botero —y moviendo lentamente la cabeza le clavó la mirada directa a los ojos preguntando —: ¿Cuál de todas las estupideces que dijo le anoto como excusa? 

—Anote ésta —contestó, y recostándose en la pared se largo a decir—: El ropero apenas se abrió dejando ver en la oscuridad la boca de un cocodrilo. Ya era de mañana pero, como usted bien señaló, estaba tan nublado que la luz se resistía a su plenitud. Con el miedo no me di cuenta de que el despertador se había apagado solo. Me pongo de costado y tanteando el piso doy con uno de mis zapatos, Se lo tiro a la boca del reptil, deformándolo. Un poco recompuesto prendo la luz y la realidad me muestra que mi zapato está arriba de una camisa y de un pantalón que alguna vez fue verde. Claro que la explicación de un cocodrilo dentro de mi ropero es poco creíble. Usted exagerará y dirá “Surrealista”. Pero ¿por qué tuve miedo entonces?, se preguntará, y yo le diré con la valentía necesaria para enfrentar un miedo irracional, que me dan miedo los cocodrilos. Solucionado lo del animal, salgo con pasos gimnásticos hasta la parada del colectivo. Entonces empiezo a buscar la palabra que usaba mi vieja para calmarme cuando era chico y veía formas en las manchas del cielorraso y sombras amenazantes en las ropas colgadas en el respaldo de las sillas. Sin darme cuenta, el colectivo pasó sin tocar los frenos. Quizás iba lleno y no podía hacer nada, quizás era otro colectivo, ya que a decir verdad fui rápido a la parada pero me demoré en salir por las benditas llaves. ¿Usted se preguntará para que quería acordarme de esa palabra? Y yo le diré con toda razón que no lo sé.

—¿Usted sabe que está despedido no? —pregunta el jefe con ganas de matar. 

—¿Por lo del canario? —le pregunta él ,abriendo demasiado los ojos

—¿De qué canario habla? —pregunta el jefe tomando, su celular. 

—Ah, usted por eso no me entiende. Ya le cuento. Anote…

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