Resacas

Te busqué tanto que no dejé
lugares inverosímiles ni
lágrimas donde mirar.

Era el día después y la resaca de la tormenta dejaba ver las calles sucias. Bolsas, papeles, masetas reventadas, árboles tumbados, cables y demás vestían la postal. 

La borrachera apocalíptica de anoche estaba en lenta retirada. Bruno caminaba buscando dónde sentarse y ordenar al menos un poco su cabeza. Vio un banco en la periferia de una pequeña plaza, y con nerviosa energía caminó hacia allí. 

Era tanto el temblor de sus manos que no pudo prender un cigarrillo. Todos los pensamientos rodeaban una misma escena. La imagen de Claudia diciéndole con asesina tranquilidad: que se iba a vivir con su jefe.

Se vio él mismo adivinando una mueca burlona en cada silencio de ella, su mutismo, pasividad y otra vez ella, ahora subiéndose al auto para escapar de su vida. Ya solo, con una pertinente botella de whisky y la lluvia que empieza a caer con la furia que él no se puede sacar y, que va a dejar una vez más en manos de la bebida. Cuando paró de llover ya estaba clareando, se puso de pie como pudo y salió solo por salir. 

En su banco pensaba cómo debía escribir esto.

Cambiar la historia y cuando Claudia confesara él la mataba. Muy común, pero le daba cierto placer pensarlo y así lo hizo por un rato, amueblando con terribles detalles que lo relajaban y le sacaban inconscientes sonrisas. O Claudia diciendo que había cometido un error y, él tirándola de la silla con un sopapo que repetía a cada segundo. Empezó a reír cada vez más fuerte con cada golpe y daba pequeños saltitos sin levantarse del todo del banco. Ya casi gritaba cuando dos policía se acercaron. Le preguntaron si necesitaba algo, si se encontraba bien. Él los miró con la boca a medio abrir y les dijo que intentaba escribir una historia, pero cuando la visualizaba no le gustaba para nada, y si intentaba otra se parecía mucho a la primera.

—Quizás la tercera —se burló un policía con elocuencia infantil. 

—En eso estaba pero la incompetencia me frenó —dijo mirando cómo una bolsa cruzaba la calle movida por el viento. Los policías se miraron entre sí y sin despedirse se fueron. Ya solo, se sintió muy desanimado y, con pasos vacilantes, volvió a su casa.

Cuando abre la puerta Alejandra lo recibe con un largo beso. Él lo acepta y sin convicción ni necesidad le asegura que tuvo sus motivos para volver a tomar. 

— Lo sé, siempre los tuviste —dice ella acomodándose una gran mochila y, aprovechando la puerta abierta para salir de la casa para siempre. 

Bruno en su cama y a duras penas anota: “Llego a casa, Claudia me besa; voy a mi habitación solo para saber que ella se fue de todas las formas posibles” y un sueño fuerte lo venció. 

Atardeció con un calor húmedo, agobiante y Bruno con resignación cristiana aguantaba el dolor de cabeza. La pesadez que conocía muy bien lo dejaba mirando las cosas aletargado. Pasó lentamente la mano por su barba de profeta. Pensó que para comenzar una nueva vida no era necesario afeitarse. “Nueva vida” murmuraba tomando las llaves de casa y saliendo. Llegó a la orilla del mar sin importarle la cantidad de arena en sus zapatillas. El hipnotismo oceánico y el calor lo atontaba aún más. Sentado miraba las olas que terminaban en una espuma blanca y helada. Pensó en volver a su casa a su nueva soledad, al alcohol sin control. Seguía intensamente imaginando, mientras entraba al mar, que podía hacer con su vida lo que quisiera sin rendir cuenta a nadie. Volver a estar soltero no dejaba de ser una libertad que ni se acordaba de haber vivido. Sintió un calambre cuando ya no hacía pie. Lo primero era llamar a sus amigos y comer juntos, hablar hasta que amaneciera. Ahora tenía el brazo derecho totalmente dormido, entumecido, o lo que sea pero no lo podía mover. Tomar alcohol en un asado interminable con guitarras y risas. Ya irse al fondo era inevitable y no hizo nada por intentar algo distinto. Con la sonrisa que nos dan las futuras alegrías, se dejó llevar.

A la noche una gran ola que terminó en espuma blanca y helada lo devolvió al lugar donde pocas horas antes, con terrible resaca, contemplaba la inmensidad. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio