Soledad

Lo miraba limpiar sus anteojos ya limpios. Era su modo de pensar; lo ayudaba, mientras murmuraba algunas palabras que se le escapaban a sus atropellados pensamientos. Su invariable camisa color discreción; su barba desprolija, indisciplinada, y unos pantalones que daban lo último de sí, era todo lo que yo podía mirar desde mi mesa. Cuando se paró pude ver sus caderas anchas, desproporcionadas, avícolas. Fue a la barra a paso lento y volvió, con su vaso lleno y una respiración acelerada que podía notar desde lejos.. 

El bar era absurdo, barato y triste, con una iluminación que no llegaba ni a mortecina. No sé por qué lo miraba aturdirse con el alcohol y meterse la camisa dentro del pantalón para dejarla con una tersura casi artificial. Y esa bendita manera de limpiar los anteojos. Me senté a su mesa y le dije: 

—¿Por qué lo hace?

—¿Qué? —respondió, preguntando con una mezcla de enojo y sorpresa.

—Eso de limpiar como un loco los anteojos —contesté casi gritando. 

—Puedo notar que tiene la observación de alguien que ha sufrido —dijo. Se sacó lo anteojos y los miró a contraluz y continuó—. Es una simple manía que tengo de ordenar mis cosas, digamos que pienso mejor, como quien se prende un cigarrillo antes de hacer algo o al finalizar una actividad o, quien se prepara un café o, un trago porque creen que así van a tener una mejor charla o lo que sea. — Entiendo — dije avergonzado bajando la cabeza y mirando la mesa.

—Pero usted habla solo. Eso no puede ser una manía, eso es locura —sentencié, ahora sí mirándolo a los ojos. 

—Amigo, usted lo está viviendo y no lo sabe. Eso no es locura, eso es soledad, la que usted tiene y no reconoce pero pone en manifiesto. Todos estamos solos de alguna forma. Solo nos queda aceptarlo. 

Me quedé con ganas de una contestación pero todas eran tan ofensivas como falsas. Su soledad era más decorosa, menos invasiva.

Solo me quedaba invitarlo una copa la cual aceptó, regalándome una sonrisa de dientes perfectamente desordenados y sin gracia. 

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