La lluvia esa noche era poco entusiasta aunque persistente, golpeaba el techo de zinc de mi casa molestando al sonido del televisor. Tomé el control y puse casi al máximo; me acomodé a soportar mi ansiedad que también estaba al límite. Mi equipo tenía que empatar, sólo faltaban diez minutos para el final; sabía que lo podía lograr, estaba seguro, hasta que el silbato final me escupió mi error; apagué y tiré el control lejos de mí, ya sólo con el sonido de la lluvia, sintiendo mi ansiedad bajar tanto que sentí cansancio y sueño. Un fuerte e inconfundible ruido a choque me sacó de mi letargo; busqué con la mirada las llaves y sin tardar un segundo salí a la calle. La imagen clásica de un choque de autos, y algunos curiosos (como yo) haciendo de público, es lo que encontré debajo de la lluvia. De inmediato llegaron la policía y la ambulancia; antes de entrar a mi casa pude ver dos cuerpos en la calle como muñecos desarticulados y grotescos; los pensé muertos, y una mujer (que pensé iba en el otro auto) en estado de shock. La escena no avanzaba, era como esperar que todo se acomodara solo, lo cierto es que entré a mi casa y me tiré en el sillón buscando el letargo perdido. Pasaron diez minutos; el sonido de las sirenas se apagó tan de golpe como el ruido de la lluvia y todo quedó en silencio. Ya despabilado, volví a salir a la puerta a fumar: no había nada, sólo un cielo sorprendentemente estrellado (me acuerdo pensar: “Cómo cambia todo”). Tiré la colilla que cayó cerca de algo brilloso que llamó mi atención; me acerqué pensando que debía ser una chapa que voló en el accidente. Cuando estaba al lado del brilloso objeto, me agaché corriendo un poco el pasto mojado que lo cubría; tomé la manija plateada y levanté una valija que goteaba. Como queriendo compartir mi sorpresa, miraba para todos lados, pero no había un alma. Ya en mi casa la sequé con una toalla; me disponía a abrirla cuando escuché el ruido de motores que se detenían en la puerta. Me asomé por la mirilla y vi a varios policías con linternas buscando algo que, supe inmediatamente, yo acababa de secar. No sé porqué esperé hasta que se fueran para abrir la valija. Nunca algo me puso tan nervioso, tampoco nunca vi tanta plata junta; cerré rápidamente y traté de parar de temblar. Sabía que no iba a poder dormir y no dormí; con mucho café encima esperaba no sé bien qué. Cuando amaneció salí a la puerta y volví a ver policías hablando con mis vecinos; entré y de nuevo la ansiedad, más café y esperar.
Pasaron dos días, aunque no pude ni intenté dormir. Me encontraba más tranquilo, hasta animado. Preparé una comida sencilla (bife a la plancha con cebolla) pensando que iba a tener una noche de buen sueño; cuando me senté sonó el timbre. Automáticamente miré la valija, no la guardé, respiré hondo y abrí la puerta, era mi vecino que quería contarme algo especial. Y antes de invitarlo a pasar entró, se sentó frente a mi plato sin hacer ninguna alusión a la mesa puesta, y comentó:
-Qué choque fuerte la otra noche -y mirando con cara bovina supe que esperaba algo de mí.
-Algo pude ver, pero estaba con el partido -dije, sacándole interés y mirando fijo a mi plato que se enfriaba.
-El partido había terminado y yo te vi que estabas mirando y también que después saliste cuando todo había pasado, con un cigarrillo -dijo y me miró como esperando una confesión.
-Es verdad. Te lo confieso, salgo a fumar a la noche -dije, sonriendo de manera tan falsa como ridícula.
-¿Sabías que la policía estuvo preguntando si alguien vio algo después del accidente? -preguntó ya con notable voz de enojo.
-No sabía nada –y empecé a comer sin importarme los modales. Sabía que él sabía y quería incomodarlo para que se fuera; me miraba comer en silencio y yo masticaba mirándolo a los ojos. No aguantó más y dijo:
-Quiero saber que había dentro de la valija.
Aunque esperaba esas palabras, algo dentro de mí se movió y con una tranquilidad violenta señalé con el cuchillo hacia la valija. Él, sin dudarlo, se levantó tan rápido como si le hubiesen dado una descarga eléctrica y abrió la valija. Supongo que sonrío cuando descubrió su interior, pero sólo lo supongo. Me acerqué a su espalda y apretando el mango de mi cuchillo se lo apoyé en su cuello, deslizándolo lo más fuerte que pude, sólo algunos billetes se mancharon de un puro color rojo.