
Lo miraba de arriba abajo como si lo estuviera escaneando. Sin fingir una mueca de asco le preguntó, con ese diminutivo que se usa intentando anular el espanto:
—¿Andás solito o te escapaste de algún orfanato?
—Las dos cosas —contestó el nene mirándose las puntas de sus zapatillas y usando un tono de disculpa.
—¿Qué edad tenés?
—Ocho —dijo el nene sin levantar la vista de sus zapatillas.
—Sos grande para ser tan chico —dijo la mujer, sabiendo que lo decía solo para ella—. ¿Y ténes hambre? —preguntó casi maliciosamente.
—Un poco —mintió el chico, mirando al vacío.
—¿Querés caminar unas cuadras hasta mi casa, así comés algo? —lo tentó la mujer. El niño levantó los hombros simulando dudas—. Vamos —lo apuró ella, tomándolo de la mano y separándolo por un rato de su destino.